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La “mala bají” de los gitanos agredidos en Fortuna (Murcia)

El somatén

He querido titular este relato haciendo referencia al contraste que supone “la mala fortuna” (tchorrí bají) que han tenido algunas familias gitanas que habían ocupado ilegalmente, por lo visto, unas viviendas en una localidad murciana que lleva por patronímico el precioso nombre de Fortuna. Todos los gitanos hacemos uso del término “fortuna” o de sus sinónimos “suerte”, “felicidad”, “abundancia” (bají, baxt, baxtalipen), de tal manera que el saludo más tradicional de todos los gitanos del mundo es decirnos cuando nos encontramos, o nos despedimos, “te avés báxtalo” que quiere decir “que seas feliz”, “que tengas fortuna”.

Pues no ha sido así para las ocho familias gitanas que se instalaron hace más de un año y medio en unas casas vacías que hay tras el Instituto de la localidad. Y a partir de aquí ya se pueden imaginar el resto. Estas familias fueron acusadas de alterar la pacífica convivencia ciudadana, siendo la acusación más importante a la que hemos tenido acceso la de que “abrían los coches para robar”. Curiosa acusación porque hoy en día ya nadie abre los coches porque ya no hay nada en ellos que robar. Hace años era un reclamo los radiocasetes. Hoy ni siquiera eso tiene atractivo para los cacos. Cuando un delincuente abre un coche, si puede, lo hace para llevárselo.

Pero los muy intrépidos ciudadanos de Fortuna, molestos con la vecindad de estas familias, decidieron constituirse en un “grupo de acción ciudadana” que por sus consecuencias nos ha recordado más al viejo y trasnochado Ku Kux Klan que al cuerpo paramilitar que los catalanes denominaron “somatén”, palabra del catalán “som atent” (estamos atentos), que gozó de la protección de la dictadura del general Primo de Rivera y del consentimiento del general Franco. El Somatén quedó disuelto con la llegada de la democracia a España en 1978.

Pero algunos vecinos de Fortuna decidieron constituirse en “grupo de acción ciudadana” para ejercer de policías y de jueces en la defensa de lo que ellos pudieran entender que las autoridades legítimas del lugar no lo estaban haciendo adecuadamente. Y decidieron actuar, impulsados por el hecho de que un miembro de las familias gitanas “okupas” se enfrentó a un socorrista de la piscina del pueblo. El hecho trascendió y el ayuntamiento denunció al gitano camorrista “por alterar el orden público y gritar”. El mismo alcalde de Fortuna, don José Enrique Gil, ha manifestado públicamente que “nunca hubo agresión física sino verbal” ni que en ningún momento nadie exhibiera una navaja. Y aquí podría haber terminado el incidente a la espera de que el juzgado se pronuncie tras la denuncia interpuesta por el ayuntamiento.

Finalmente, catorce manifestantes decidieron linchar a los gitanos

Pero no, el cabecilla del nuevo somatén murciano quería acción inmediata. Nada de esperar a que los jueces dicten sentencia y las autoridades la hagan cumplir. Para los promotores, el Estado de Derecho y el respeto a las reglas de convivencia que nos hemos dado todos los españoles no eran suficiente garantía. Por eso decidieron movilizar a unos cuantos vecinos de Fortuna utilizando los modernos medios de comunicación. Seguramente inspirados por Donald Trump, el enloquecido presidente de los Estados Unidos que días pasados fue advertido por las Naciones Unidas por no condenar “de forma inequívoca e incondicional” las manifestaciones de racismo ocurridas en Charlottesville que es una pequeña ciudad universitaria de Virginia.

Durante algunos días los teléfonos de los habitantes de Fortuna echaban fuego. Las modernas fuentes de comunicación, especialmente las soportadas por internet, Twitter y WhatsApp, estuvieron convocando a los vecinos para manifestarse ante al ayuntamiento y reclamar la expulsión de la ciudad de los vecinos instalados ilegalmente en las casas vacías. Pero lo que no sabían esos insensatos convocantes de este tipo de manifestaciones es que “las redes, como las armas, las carga el Diablo”. Y sucedió lo que ya conocemos de otros pueblos españoles donde los gitanos hemos sufrido ese mismo calvario. Cortegana en Huelva, Mancha Real en Jaén, Estepa en Sevilla donde los tribunales han imputado gravemente a los manifestantes gadchés (payos) delitos penalmente graves por atacar con violencia física a las personas y a las casas donde vivían personas, ―niños y ancianos―, inocentes de haber cometido ningún delito.

Y pasó lo que tenía que pasar. La historia siempre se repite. Los convocantes de manifestaciones contra los gitanos siempre ponen como punto de concentración la plaza del ayuntamiento. Y aunque las autoridades municipales adviertan que no podrán derivar su marcha ante las viviendas ocupadas por los gitanos, nunca hacen caso y acaban atacando con violencia tanto a las personas como las viviendas que ocupan. La Federación de Asociaciones Gitanas en Murcia lo ha denunciado públicamente con estas palabras: “(…) una masa enfervorecida de payos protagonizó una serie de ataques contra unas familias gitanas residentes en Fortuna (Murcia). Durante los disturbios se produjeron apedreamientos de las familias gitanas (niños y niñas, personas mayores, enfermos e incluso discapacitados), agresiones físicas y verbales tanto hacia las personas gitanas como hacia los agentes de la Policía Local y de la Guardia Civil y diversos daños en las propiedades llegando los agresores incluso a volcar un vehículo”.

¡Bien por la Guardia Civil!

Como suele decirse, a mí no se me caen los anillos por alabar la actuación de la Benemérita cuando hay motivos para hacerlo. Y en esta ocasión los hay. Igual que lo hice en Cortegana (Huelva) cuando junto a mis compañeros gitanos abogados, Diego Luis Fernández y Carmen Santiago, intervenimos en la defensa de las familias gitanas agredidas y en contra de los racistas que tan cobardemente les atacaron. Y llegados a este punto, permítanme un ligero recuerdo de carácter personal que ni siquiera Federico García Lorca hubiera sido capaz de imaginar.

Tuvimos suerte los gitanos porque el juez que estaba al frente del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Aracena era un magistrado joven, recién salido de la escuela judicial de Barcelona, para el que esta función era su primer destino. Desde el primer momento tuvimos la impresión de que habíamos caído en buenas manos. Y así fue. Tuve que desplazarme muchas veces desde Barcelona a Aracena, pero mereció la pena. El juez instructor tomó declaración a 24 personas en calidad de imputados, mientras que a otras 27 las hizo declarar en calidad de testigos. Y al final tras finalizar las diligencias previas, emitió un auto imputando a 16 personas que tuvieron que comparecer en la vista oral que se celebró en la ciudad de Huelva.

Los Guardias declaran ante el juez

Pues bien, en el transcurso de estas diligencias, un día el juez llamó a declarar a los agentes de la Guardia Civil que intervinieron en aquel zafarrancho. Creo recordar que eran tres. Pero cuando llegué al juzgado aquella mañana me estaba esperando a la entrada del edificio el sargento que ejercía las funciones de comandante del puesto Un señor muy amable, de mediana edad, con cara de Guardia Civil que hubiera sido reconocido como tal aún sin uniforme. Me saludó militarmente y me dijo con muy buen tono:

― Señor letrado, permítame que le informe del comportamiento ejemplar que siguieron mis guardias en los incidentes que son objeto de esta instrucción. Usted sabrá que también ellos fueron objeto de la agresión de los manifestantes en aquella desgraciada noche. Le ruego que lo tenga usted en cuenta cuando proceda a interrogarlos.

Le tranquilicé y le dije que no temiera nada de nosotros que éramos bien conocedores del comportamiento de la Benemérita en el día de autos. Sí le dije, no obstante, que intentaría que sus testimonios fueran los más inculpadores posibles contra los racistas que atacaron con violencia a los inocentes gitanos del lugar. Lo entendió.
Y aquí es donde entra Federico García Lorca. El gran poeta granadino que escribió el “Prendimiento de Antoñito el Camborio” que, ¿quién sabe?, lo mismo fue una causa más que le llevó ante el pelotón de fusilamiento.

Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.

¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.

Esto nunca lo pudo imaginar Federico

¡Lástima de cámara oculta que hubiera filmado, como homenaje al autor del Romancero Gitano, la siguiente escena:!

Una vez hechas las observaciones que el juez estimó pertinentes al primero de los guardias que llamó a declarar, nos cedió la palabra a los letrados.

― Con la venia, Señoría ―dije fijando mi mirada en el Guardia Civil que con extremada seriedad permanecía firme ante mi― Quisiera que usted se ratificara en que el imputado señor (X) fue uno de los que usted vio tirar piedras contra las viviendas que ocupaban los gitanos de la barriada de Las Eritas.

― Me ratifico porque yo estaba cerca de él y le conozco como vecino de Cortegana.

― ¿Le llamó usted la atención en algún momento? ¿Hizo algo para impedir que continuara con su agresión?

― Por supuesto. Le dije que dejara de tirar piedras, pero hizo caso omiso porque junto a él otras personas hacían lo mismo.

― ¿Cómo eran las piedras, señor Guardia? ¿Grandes, medianas, pequeñas?

A esta pregunta el guardia no supo que contestar y tan solo dijo:

― Eran piedras normales. ¿Qué quiere usted que le diga, señor letrado? Normales.

― Vamos a ver ―le dije intentando ayudarle para que su respuesta fuera más precisa― No es igual el daño que puede causar una piedra pequeña arrojada contra una ventana que un pedrusco de grandes dimensiones. Hágame el favor, si no le importa, de señalarme con sus manos el tamaño aproximado de las piedras usted vio lanzar al señor (X) contra las casas de los gitanos.

El bueno del agente no dudó en señalar con sus dos manos el tamaño aproximado que puede tener un adoquín de los que empiedran nuestras calles.

Creo que en aquel momento un chorro de aire fresco me sacudió el cogote e intuí que era Federico, ―que lo fusilaron muchos años antes de que yo naciera―, quien, con su voz de terciopelo, sorprendido por lo que ni él mismo fue capaz de imaginar, ―que un gitano interrogara a un Guardia Civil―, me recitó esta estrofa de su “Romance de la Guardia Civil Española”

¡Oh ciudad de los gitanos!
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.

¡Oh ciudad de los gitanos!
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Hasta aquí este flash de mi memoria porque mi amigo Diego Fernández está empeñado en que deberíamos escribir un libro narrando como fue aquel juicio, primero en la historia de España, en la que unos abogados gitanos asumían ante los tribunales la defensa de otros gitanos que fueron víctimas del odio y la cólera de otros ciudadanos embrutecidos.

Fortuna hará honor a su nombre

Los representantes gitanos murcianos se han entrevistado con el Delegado del Gobierno en la Región para recabar su ayuda y han salido esperanzados del encuentro. Don Antonio Sánchez-Solís de Querol, les confirmó que la investigación de la Guardia Civil ha identificado y puesto a disposición judicial a 14 personas acusadas de los disturbios y de las agresiones que hemos descrito.

Pues que siga la buena racha para que Federico, desde donde esté, entienda que lo del enfrentamiento entre guardias civiles y gitanos ha empezado a cambiar en España.

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión Romani

La “mala bají” de los gitanos agredidos en Fortuna (Murcia)

El somatén

He querido titular este relato haciendo referencia al contraste que supone “la mala fortuna” (tchorrí bají) que han tenido algunas familias gitanas que habían ocupado ilegalmente, por lo visto, unas viviendas en una localidad murciana que lleva por patronímico el precioso nombre de Fortuna. Todos los gitanos hacemos uso del término “fortuna” o de sus sinónimos “suerte”, “felicidad”, “abundancia” (bají, baxt, baxtalipen), de tal manera que el saludo más tradicional de todos los gitanos del mundo es decirnos cuando nos encontramos, o nos despedimos, “te avés báxtalo” que quiere decir “que seas feliz”, “que tengas fortuna”.

Pues no ha sido así para las ocho familias gitanas que se instalaron hace más de un año y medio en unas casas vacías que hay tras el Instituto de la localidad. Y a partir de aquí ya se pueden imaginar el resto. Estas familias fueron acusadas de alterar la pacífica convivencia ciudadana, siendo la acusación más importante a la que hemos tenido acceso la de que “abrían los coches para robar”. Curiosa acusación porque hoy en día ya nadie abre los coches porque ya no hay nada en ellos que robar. Hace años era un reclamo los radiocasetes. Hoy ni siquiera eso tiene atractivo para los cacos. Cuando un delincuente abre un coche, si puede, lo hace para llevárselo.

Pero los muy intrépidos ciudadanos de Fortuna, molestos con la vecindad de estas familias, decidieron constituirse en un “grupo de acción ciudadana” que por sus consecuencias nos ha recordado más al viejo y trasnochado Ku Kux Klan que al cuerpo paramilitar que los catalanes denominaron “somatén”, palabra del catalán “som atent” (estamos atentos), que gozó de la protección de la dictadura del general Primo de Rivera y del consentimiento del general Franco. El Somatén quedó disuelto con la llegada de la democracia a España en 1978.

Pero algunos vecinos de Fortuna decidieron constituirse en “grupo de acción ciudadana” para ejercer de policías y de jueces en la defensa de lo que ellos pudieran entender que las autoridades legítimas del lugar no lo estaban haciendo adecuadamente. Y decidieron actuar, impulsados por el hecho de que un miembro de las familias gitanas “okupas” se enfrentó a un socorrista de la piscina del pueblo. El hecho trascendió y el ayuntamiento denunció al gitano camorrista “por alterar el orden público y gritar”. El mismo alcalde de Fortuna, don José Enrique Gil, ha manifestado públicamente que “nunca hubo agresión física sino verbal” ni que en ningún momento nadie exhibiera una navaja. Y aquí podría haber terminado el incidente a la espera de que el juzgado se pronuncie tras la denuncia interpuesta por el ayuntamiento.

Finalmente, catorce manifestantes decidieron linchar a los gitanos

Pero no, el cabecilla del nuevo somatén murciano quería acción inmediata. Nada de esperar a que los jueces dicten sentencia y las autoridades la hagan cumplir. Para los promotores, el Estado de Derecho y el respeto a las reglas de convivencia que nos hemos dado todos los españoles no eran suficiente garantía. Por eso decidieron movilizar a unos cuantos vecinos de Fortuna utilizando los modernos medios de comunicación. Seguramente inspirados por Donald Trump, el enloquecido presidente de los Estados Unidos que días pasados fue advertido por las Naciones Unidas por no condenar “de forma inequívoca e incondicional” las manifestaciones de racismo ocurridas en Charlottesville que es una pequeña ciudad universitaria de Virginia.

Durante algunos días los teléfonos de los habitantes de Fortuna echaban fuego. Las modernas fuentes de comunicación, especialmente las soportadas por internet, Twitter y WhatsApp, estuvieron convocando a los vecinos para manifestarse ante al ayuntamiento y reclamar la expulsión de la ciudad de los vecinos instalados ilegalmente en las casas vacías. Pero lo que no sabían esos insensatos convocantes de este tipo de manifestaciones es que “las redes, como las armas, las carga el Diablo”. Y sucedió lo que ya conocemos de otros pueblos españoles donde los gitanos hemos sufrido ese mismo calvario. Cortegana en Huelva, Mancha Real en Jaén, Estepa en Sevilla donde los tribunales han imputado gravemente a los manifestantes gadchés (payos) delitos penalmente graves por atacar con violencia física a las personas y a las casas donde vivían personas, ―niños y ancianos―, inocentes de haber cometido ningún delito.

Y pasó lo que tenía que pasar. La historia siempre se repite. Los convocantes de manifestaciones contra los gitanos siempre ponen como punto de concentración la plaza del ayuntamiento. Y aunque las autoridades municipales adviertan que no podrán derivar su marcha ante las viviendas ocupadas por los gitanos, nunca hacen caso y acaban atacando con violencia tanto a las personas como las viviendas que ocupan. La Federación de Asociaciones Gitanas en Murcia lo ha denunciado públicamente con estas palabras: “(…) una masa enfervorecida de payos protagonizó una serie de ataques contra unas familias gitanas residentes en Fortuna (Murcia). Durante los disturbios se produjeron apedreamientos de las familias gitanas (niños y niñas, personas mayores, enfermos e incluso discapacitados), agresiones físicas y verbales tanto hacia las personas gitanas como hacia los agentes de la Policía Local y de la Guardia Civil y diversos daños en las propiedades llegando los agresores incluso a volcar un vehículo”.

¡Bien por la Guardia Civil!

Como suele decirse, a mí no se me caen los anillos por alabar la actuación de la Benemérita cuando hay motivos para hacerlo. Y en esta ocasión los hay. Igual que lo hice en Cortegana (Huelva) cuando junto a mis compañeros gitanos abogados, Diego Luis Fernández y Carmen Santiago, intervenimos en la defensa de las familias gitanas agredidas y en contra de los racistas que tan cobardemente les atacaron. Y llegados a este punto, permítanme un ligero recuerdo de carácter personal que ni siquiera Federico García Lorca hubiera sido capaz de imaginar.

Tuvimos suerte los gitanos porque el juez que estaba al frente del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Aracena era un magistrado joven, recién salido de la escuela judicial de Barcelona, para el que esta función era su primer destino. Desde el primer momento tuvimos la impresión de que habíamos caído en buenas manos. Y así fue. Tuve que desplazarme muchas veces desde Barcelona a Aracena, pero mereció la pena. El juez instructor tomó declaración a 24 personas en calidad de imputados, mientras que a otras 27 las hizo declarar en calidad de testigos. Y al final tras finalizar las diligencias previas, emitió un auto imputando a 16 personas que tuvieron que comparecer en la vista oral que se celebró en la ciudad de Huelva.

Los Guardias declaran ante el juez

Pues bien, en el transcurso de estas diligencias, un día el juez llamó a declarar a los agentes de la Guardia Civil que intervinieron en aquel zafarrancho. Creo recordar que eran tres. Pero cuando llegué al juzgado aquella mañana me estaba esperando a la entrada del edificio el sargento que ejercía las funciones de comandante del puesto Un señor muy amable, de mediana edad, con cara de Guardia Civil que hubiera sido reconocido como tal aún sin uniforme. Me saludó militarmente y me dijo con muy buen tono:

― Señor letrado, permítame que le informe del comportamiento ejemplar que siguieron mis guardias en los incidentes que son objeto de esta instrucción. Usted sabrá que también ellos fueron objeto de la agresión de los manifestantes en aquella desgraciada noche. Le ruego que lo tenga usted en cuenta cuando proceda a interrogarlos.

Le tranquilicé y le dije que no temiera nada de nosotros que éramos bien conocedores del comportamiento de la Benemérita en el día de autos. Sí le dije, no obstante, que intentaría que sus testimonios fueran los más inculpadores posibles contra los racistas que atacaron con violencia a los inocentes gitanos del lugar. Lo entendió.
Y aquí es donde entra Federico García Lorca. El gran poeta granadino que escribió el “Prendimiento de Antoñito el Camborio” que, ¿quién sabe?, lo mismo fue una causa más que le llevó ante el pelotón de fusilamiento.

Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.

¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.

Esto nunca lo pudo imaginar Federico

¡Lástima de cámara oculta que hubiera filmado, como homenaje al autor del Romancero Gitano, la siguiente escena:!

Una vez hechas las observaciones que el juez estimó pertinentes al primero de los guardias que llamó a declarar, nos cedió la palabra a los letrados.

― Con la venia, Señoría ―dije fijando mi mirada en el Guardia Civil que con extremada seriedad permanecía firme ante mi― Quisiera que usted se ratificara en que el imputado señor (X) fue uno de los que usted vio tirar piedras contra las viviendas que ocupaban los gitanos de la barriada de Las Eritas.

― Me ratifico porque yo estaba cerca de él y le conozco como vecino de Cortegana.

― ¿Le llamó usted la atención en algún momento? ¿Hizo algo para impedir que continuara con su agresión?

― Por supuesto. Le dije que dejara de tirar piedras, pero hizo caso omiso porque junto a él otras personas hacían lo mismo.

― ¿Cómo eran las piedras, señor Guardia? ¿Grandes, medianas, pequeñas?

A esta pregunta el guardia no supo que contestar y tan solo dijo:

― Eran piedras normales. ¿Qué quiere usted que le diga, señor letrado? Normales.

― Vamos a ver ―le dije intentando ayudarle para que su respuesta fuera más precisa― No es igual el daño que puede causar una piedra pequeña arrojada contra una ventana que un pedrusco de grandes dimensiones. Hágame el favor, si no le importa, de señalarme con sus manos el tamaño aproximado de las piedras usted vio lanzar al señor (X) contra las casas de los gitanos.

El bueno del agente no dudó en señalar con sus dos manos el tamaño aproximado que puede tener un adoquín de los que empiedran nuestras calles.

Creo que en aquel momento un chorro de aire fresco me sacudió el cogote e intuí que era Federico, ―que lo fusilaron muchos años antes de que yo naciera―, quien, con su voz de terciopelo, sorprendido por lo que ni él mismo fue capaz de imaginar, ―que un gitano interrogara a un Guardia Civil―, me recitó esta estrofa de su “Romance de la Guardia Civil Española”

¡Oh ciudad de los gitanos!
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.

¡Oh ciudad de los gitanos!
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Hasta aquí este flash de mi memoria porque mi amigo Diego Fernández está empeñado en que deberíamos escribir un libro narrando como fue aquel juicio, primero en la historia de España, en la que unos abogados gitanos asumían ante los tribunales la defensa de otros gitanos que fueron víctimas del odio y la cólera de otros ciudadanos embrutecidos.

Fortuna hará honor a su nombre

Los representantes gitanos murcianos se han entrevistado con el Delegado del Gobierno en la Región para recabar su ayuda y han salido esperanzados del encuentro. Don Antonio Sánchez-Solís de Querol, les confirmó que la investigación de la Guardia Civil ha identificado y puesto a disposición judicial a 14 personas acusadas de los disturbios y de las agresiones que hemos descrito.

Pues que siga la buena racha para que Federico, desde donde esté, entienda que lo del enfrentamiento entre guardias civiles y gitanos ha empezado a cambiar en España.

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión Romani

Malditos sean los terroristas que asesinan en nombre de Dios

Las Ramblas de Barcelona, esa famosa arteria que por su extremo Sur se sumerge materialmente en el Mediterráneo y por su cabecera Norte se engancha con la cosmopolita Plaza de Cataluña, hoy ha vivido horas de angustia, de dolor y de llanto porque unos criminales, en nombre de un Dios enloquecido, han segado la vida de 13 ciudadanos inocentes dejando más de 100 heridos, algunos de los cuales revisten extrema gravedad.

La primera noticia la hemos tenido pocos minutos después de producirse el atentado. Nuestros amigos de toda España, gitanos y no gitanos, que saben de la cercanía de nuestra sede central del lugar del atentado, han colapsado nuestros restringidos medios de comunicación en este mes de obligados días de descanso.

Pero la constancia certera y personal de que algo grave estaba sucediendo la experimentó el presidente de la Unión Romani cuyo despacho, a pie de calle, podía ser fácilmente abordado por cualquier persona que quisiera entrar en el interior del edificio. Efectivamente, a los pocos minutos de iniciarse la masacre fueron muchas las personas y las motocicletas que circulaban a toda velocidad por la acera de nuestro despacho. No pasó mucho tiempo antes de que se recibiera una llamada en la que se nos decía que bajásemos las persianas que dan a la calle y que nadie saliera del edificio hasta que las autoridades abrieran el cordón de seguridad que rodeaban Las Ramblas de Barcelona y sus calles adyacentes.

Y así lo hemos hecho y desde aquí hemos tratado de tranquilizar a nuestras familias y a nuestros amigos. Seguimos en pie con fuerzas suficientes para condenar este brutal acto terrorista.

Los pueblos civilizados del mundo, y los de Europa de forma más directa, estamos sufriendo las consecuencias de los actos salvajes que son capaces de realizar quienes cegados por el odio o el fanatismo han logrado que por sus arterias no circule la sangre roja que es fuente de vida, sino un líquido viscoso, emponzoñado por las doctrinas más inhumanas, que mezclan a Dios con la política y que ultrajan a la divinidad diciéndole “que es Grande”.

Los gitanos europeos sabemos muy bien de lo que hablamos. El terrorismo político hizo que centenares de miles de conciudadanos nuestros fueran víctimas, junto a otros seres humanos inocentes, del mayor atentado jamás cometido en la historia de la humanidad contra un pueblo inocente. Fue el genocidio que todavía no ha cesado cuando en algunos países de la Europa comunitaria los grupos nazis y racistas siguen acosándonos y, en algunos casos, dándonos muerte.

Desde la Unión Romani queremos manifestar nuestra gratitud a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. A las autoridades de Cataluña, a los Mozos de Escuadra y muy especialmente a la Guardia Urbana de Barcelona, que son nuestros vecinos diarios por razón de la labor de vigilancia que ejercen en este enclave del Raval donde estamos ubicados.

¡Pobrecitos turistas! Pobres cuatro niños angelicales que la barbarie yihadista se ha llevado por delante. Mañana, a las 12 del mediodía, los gitanos estaremos en la Plaza de Cataluña, para unirnos al dolor de los familiares de las víctimas y para dejar constancia de nuestra unidad democrática con las autoridades de nuestro país.

Por la Junta Directiva de la Unión Romaní

Malditos sean los terroristas que asesinan en nombre de Dios

Las Ramblas de Barcelona, esa famosa arteria que por su extremo Sur se sumerge materialmente en el Mediterráneo y por su cabecera Norte se engancha con la cosmopolita Plaza de Cataluña, hoy ha vivido horas de angustia, de dolor y de llanto porque unos criminales, en nombre de un Dios enloquecido, han segado la vida de 13 ciudadanos inocentes dejando más de 100 heridos, algunos de los cuales revisten extrema gravedad.

La primera noticia la hemos tenido pocos minutos después de producirse el atentado. Nuestros amigos de toda España, gitanos y no gitanos, que saben de la cercanía de nuestra sede central del lugar del atentado, han colapsado nuestros restringidos medios de comunicación en este mes de obligados días de descanso.

Pero la constancia certera y personal de que algo grave estaba sucediendo la experimentó el presidente de la Unión Romani cuyo despacho, a pie de calle, podía ser fácilmente abordado por cualquier persona que quisiera entrar en el interior del edificio. Efectivamente, a los pocos minutos de iniciarse la masacre fueron muchas las personas y las motocicletas que circulaban a toda velocidad por la acera de nuestro despacho. No pasó mucho tiempo antes de que se recibiera una llamada en la que se nos decía que bajásemos las persianas que dan a la calle y que nadie saliera del edificio hasta que las autoridades abrieran el cordón de seguridad que rodeaban Las Ramblas de Barcelona y sus calles adyacentes.

Y así lo hemos hecho y desde aquí hemos tratado de tranquilizar a nuestras familias y a nuestros amigos. Seguimos en pie con fuerzas suficientes para condenar este brutal acto terrorista.

Los pueblos civilizados del mundo, y los de Europa de forma más directa, estamos sufriendo las consecuencias de los actos salvajes que son capaces de realizar quienes cegados por el odio o el fanatismo han logrado que por sus arterias no circule la sangre roja que es fuente de vida, sino un líquido viscoso, emponzoñado por las doctrinas más inhumanas, que mezclan a Dios con la política y que ultrajan a la divinidad diciéndole “que es Grande”.

Los gitanos europeos sabemos muy bien de lo que hablamos. El terrorismo político hizo que centenares de miles de conciudadanos nuestros fueran víctimas, junto a otros seres humanos inocentes, del mayor atentado jamás cometido en la historia de la humanidad contra un pueblo inocente. Fue el genocidio que todavía no ha cesado cuando en algunos países de la Europa comunitaria los grupos nazis y racistas siguen acosándonos y, en algunos casos, dándonos muerte.

Desde la Unión Romani queremos manifestar nuestra gratitud a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. A las autoridades de Cataluña, a los Mozos de Escuadra y muy especialmente a la Guardia Urbana de Barcelona, que son nuestros vecinos diarios por razón de la labor de vigilancia que ejercen en este enclave del Raval donde estamos ubicados.

¡Pobrecitos turistas! Pobres cuatro niños angelicales que la barbarie yihadista se ha llevado por delante. Mañana, a las 12 del mediodía, los gitanos estaremos en la Plaza de Cataluña, para unirnos al dolor de los familiares de las víctimas y para dejar constancia de nuestra unidad democrática con las autoridades de nuestro país.

Por la Junta Directiva de la Unión Romaní

Malditos sean los terroristas que asesinan en nombre de Dios

Las Ramblas de Barcelona, esa famosa arteria que por su extremo Sur se sumerge materialmente en el Mediterráneo y por su cabecera Norte se engancha con la cosmopolita Plaza de Cataluña, hoy ha vivido horas de angustia, de dolor y de llanto porque unos criminales, en nombre de un Dios enloquecido, han segado la vida de 13 ciudadanos inocentes dejando más de 100 heridos, algunos de los cuales revisten extrema gravedad.

La primera noticia la hemos tenido pocos minutos después de producirse el atentado. Nuestros amigos de toda España, gitanos y no gitanos, que saben de la cercanía de nuestra sede central del lugar del atentado, han colapsado nuestros restringidos medios de comunicación en este mes de obligados días de descanso.

Pero la constancia certera y personal de que algo grave estaba sucediendo la experimentó el presidente de la Unión Romani cuyo despacho, a pie de calle, podía ser fácilmente abordado por cualquier persona que quisiera entrar en el interior del edificio. Efectivamente, a los pocos minutos de iniciarse la masacre fueron muchas las personas y las motocicletas que circulaban a toda velocidad por la acera de nuestro despacho. No pasó mucho tiempo antes de que se recibiera una llamada en la que se nos decía que bajásemos las persianas que dan a la calle y que nadie saliera del edificio hasta que las autoridades abrieran el cordón de seguridad que rodeaban Las Ramblas de Barcelona y sus calles adyacentes.

Y así lo hemos hecho y desde aquí hemos tratado de tranquilizar a nuestras familias y a nuestros amigos. Seguimos en pie con fuerzas suficientes para condenar este brutal acto terrorista.

Los pueblos civilizados del mundo, y los de Europa de forma más directa, estamos sufriendo las consecuencias de los actos salvajes que son capaces de realizar quienes cegados por el odio o el fanatismo han logrado que por sus arterias no circule la sangre roja que es fuente de vida, sino un líquido viscoso, emponzoñado por las doctrinas más inhumanas, que mezclan a Dios con la política y que ultrajan a la divinidad diciéndole “que es Grande”.

Los gitanos europeos sabemos muy bien de lo que hablamos. El terrorismo político hizo que centenares de miles de conciudadanos nuestros fueran víctimas, junto a otros seres humanos inocentes, del mayor atentado jamás cometido en la historia de la humanidad contra un pueblo inocente. Fue el genocidio que todavía no ha cesado cuando en algunos países de la Europa comunitaria los grupos nazis y racistas siguen acosándonos y, en algunos casos, dándonos muerte.

Desde la Unión Romani queremos manifestar nuestra gratitud a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. A las autoridades de Cataluña, a los Mozos de Escuadra y muy especialmente a la Guardia Urbana de Barcelona, que son nuestros vecinos diarios por razón de la labor de vigilancia que ejercen en este enclave del Raval donde estamos ubicados.

¡Pobrecitos turistas! Pobres cuatro niños angelicales que la barbarie yihadista se ha llevado por delante. Mañana, a las 12 del mediodía, los gitanos estaremos en la Plaza de Cataluña, para unirnos al dolor de los familiares de las víctimas y para dejar constancia de nuestra unidad democrática con las autoridades de nuestro país.

Por la Junta Directiva de la Unión Romaní

Lola Flores que estas en los cielos, santificado sea tu nombre

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No se escandalicen, por favor. Con esta invocación reproduzco literalmente lo que los cristianos decimos cuando pedimos a Dios que eleve a los altares a alguien que durante su vida hizo méritos extraordinarios para ser proclamado beato o santo. Pero este no es mi caso, ni pasa por mi imaginación que la Iglesia ponga en marcha en el Vaticano la “Comisión para las Causas” que es la que ha de elaborar los informes que justifiquen tan excepcional testimonio de vida ejemplar.

Me permito implorar que “santificado sea el nombre de Lola Flores” después de haber sabido que su estatua fue profanada en el cementerio de La Almudena de Madrid. Algún malnacido manchó con pintura roja su pecho, sus dedos y su cara. Una cara de una belleza tan excepcional, tan oriental, tan gitana, tan andaluza y tan española que, gracias a Dios, ahí están sus películas para que nadie pueda poner en duda lo que digo.

Pero, sobre todo, yo quiero hoy rendir mi homenaje a Lola Flores, como gitano que soy, porque así cumplo con una obligación sagrada que todos los gitanos del mundo tenemos de guardar: fidelidad, respeto y amor incondicionado a los miembros de nuestra familia. ¡La familia! Ese fundamento básico de la humanidad que los gitanos conservamos y que, desgraciadamente, una parte del mundo de los gachés (payos) ha ido debilitando.

Nació y vivió en Jerez. ¿Qué más se puede pedir?

Lola Flores podía haber sido mi madre. Nació en Jerez de la Frontera, 20 años antes que yo y fue muy amiga de mi madre y de mis tías que vivían en el enclave flamenco y gitanísimo de la calle Cerro Fuerte, ubicada en el barrio de San Miguel. De hecho, toda mi familia vivía en esa calle. Mi madre nació y vivió en ella y mi tía “La Paquera de Jerez” (mi abuelo y su abuela eran hermanos) también nació en el número 20 de la misma calle.

Desde pequeño he oído hablar, especialmente a mi madre, de cómo la niña Lola Flores pasaba las horas en el patio de su casa donde participaba en los juegos infantiles de la caterva de niños y niñas que se daban cita en el lugar. Luego, ya de jovencita, Lola participaba en las actividades propias de las adolescentes gitanas donde el arte juega un papel decisivo. Cantar y bailar tal vez fuera la actividad más atrayente de unas familias que, a veces, se quitaban el hambre a bofetadas o cantando. Siempre recordaré como mi tío Agapito, viendo las caritas de hambre con que mi hermana Mari Carmen y yo sobrellevábamos una infancia de extrema pobreza, nos animaba cantando por bulerías letras tan estimulantes del apetito como la siguiente:

– Dos huevos fritos se están peleando y Juan de Dios y Mari Carmen los están separando.

Artista inconmensurable que contenía todas las esencias de lo gitano y lo andaluz.

Se necesitarían muchas páginas para trazar un bosquejo del arte supremo que esta mujer encerraba en su cuerpo. Lo tenía todo: genio y temperamento, ingredientes indispensables para interpretar cualquier estilo flamenco. Un cierto sentido de valentía irresponsable (todos los que presumen de serlo, lo son) que la empujaba a plantarle cara a la vida sin mirar los perjuicios que podría causarle. Pero sobre todo, al menos para mí, Lola Flores encarnaba la imagen ideal de lo que, como gitano y andaluz, debía ser la mujer del sur de España. Una síntesis perfecta donde no se sabe dónde empieza lo gitano y donde termina lo andaluz. Es verdad que el abuelo de Lola, Manuel, era un gitano que se ganaba la vida vendiendo lo que podía entre los habitantes de la campiña jerezana, pero yo me pregunto, como llevo diciéndolo toda la vida:

– ¿Y eso qué más da? ¿Alguien puede mostrarme el “gitanómetro” infame que pudiera servir para medir el grado de pureza de la sangre gitana o no gitana que circulaba por las venas de esta mujer excepcional?

Alguna vez, en algunas de mis intervenciones públicas en Andalucía, he retado provocadoramente a mi auditorio pidiéndoles que levantaran la mano quienes pudieran asegurar que tras 500 años de presencia gitana en Andalucía no corría por sus arterias una “mijita” de sangre flamenca. Os lo aseguro: jamás nadie lo hizo. ¿Y saben ustedes por qué? Porque en Andalucía todo el mundo (dejémoslo en “casi” todo el mundo) es gitano. Por esa razón Lola Flores era y es la muestra más palpable del componente humano que define a la tierra de las cuatro culturas: la cristiana, la judía, la mora y la gitana.

Que Dios perdone a José Borrell

Ya sé que los del “papel de fumar” me arrojarán a la cara que en 1987 la Fiscalía presentó una querella contra ella por no presentar su declaración de la Renta durante cuatro años seguidos. Pero a estos hay que recordarles que la Audiencia Provincial de Madrid decretó su absolución como consecuencia de una sentencia del Tribunal Constitucional que había anulado parcialmente la Ley del impuesto. Pero mi amigo y admirado Pepe Borrell, a quien siempre he seguido en sus posicionamientos ideológicos, se equivocó tratando de empapelar a Lola y convertirla en “muñeca de feria” contra la que cualquiera pudiera lanzar sus golpes. Lola Flores fue utilizada como un reclamo publicitario para infundir miedo a los contribuyentes. Y eso que lo que Hacienda le reclamó era, y lo es hoy más que nunca, el chocolate del loro al lado de lo que han defraudado otros famosos del cine, de los deportes y de la política. En más de una ocasión le oí decir al profesor Jiménez de Parga, que luego fue presidente del Tribunal Constitucional, que lo que se estaba haciendo a Lola Flores no tenía nombre.

Mi testimonio personal

Durante muchos años he mantenido en las antenas de Radio Nacional de España un programa diario dedicado al cante, el baile y la guitarra llamado “Crónica Flamenca”. Lo empecé en los últimos años del franquismo y lo terminé 10 años después siendo ya diputado por Almería. Esta mal que yo lo diga, pero era, posiblemente, la media hora de radio más oída en Cataluña. Y ante los micrófonos de mi “Crónica Flamenca” pasó muchas veces la reina indiscutible de las mejores esencias del arte gitano-andaluz como tan certeramente lo denominó don Antonio Mairena.

Pero Lola que era todo vitalidad, que era como una catarata de inspiración poética, hablaba de todo y opinaba de todo. Hablaba tanto que a mí, a veces, me lo hacía pasar muy mal temiendo que en algún momento se adentrara en un jardín del que difícilmente podría salir ilesa sin que se le escapara algún disparate. Oírla por televisión cuando la entrevistaban me cortaba la respiración. Pero ella, que era un genio, no caía en la trampa y siempre salía airosa de todas las entrevistas. ¡Claro que eso tenía una explicación! Durante algunos años tuvo a su lado al maestro Raúl del Pozo, su amigo y consejero que un día me contó la siguiente conversación que sostuvo con Lola:

– Oye Raúl, ¿tú te has fijado en ese muchacho que es diputado por Almería, aunque él haya nacido en Puerto Real que es un pueblo que está muy cerquita de Jerez?

– Pues sí que me he fijado Lola, ¿Cómo no? Hace unos días puso en pie al Congreso de los Diputados defendiendo la eliminación de tres artículos del Reglamento de la Guardia Civil que eran, verdaderamente, oprobiosos para el Pueblo Gitano. Además, Juan de Dios es mi amigo.

– Pues no sabes cuánto me alegro porque tú estarás de acuerdo conmigo en que Juan de Dios debía ser Ministro.

– Hombre, Lola, tampoco es para tanto. En el Congreso de los Diputados hay parlamentarios de mucho fuste que son tanto o más brillantes que Juan de Dios.

– No, no. De ninguna de las maneras -replicó Lola-. Ministro es muy poco para lo que vale ese gitano. Yo creo que lo deben nombrar Presidente del Gobierno.

Llegados a este punto el bueno de Raúl del Pozo me clavó su mirada penetrante para no perderse ni un solo gesto de mi cara cuando oyera lo que le faltaba por decirme. Lola dejó pasar unos segundos de suspense. Tomó aire para darle mayor énfasis a su mensaje, y dijo:

– Pues ¿sabes lo que te digo, Raúl? Que Juan de Dios Ramírez Heredia no debe ser ni ministro ni presidente del Gobierno. ¡Juan de Dios debe ser proclamado Dictador, eso es lo que se merece, ser Dictador de todos los españoles!

¡Cuánta inocencia, Señor, mezclada con tan evidente ignorancia! Descansa en paz, Lola, madre querida, española universal y faraona y gitana de tronío. Porque esos malditos extremistas de derechas o de izquierda se han equivocado hasta en el color de la pintura con que han querido manchar tu cuerpo. Porque tu color preferido era el rojo y cuando te revestías de gitana -y entonces lo eras por partida doble- el rojo de tu bata palidecía ante el brillo inimitable tus mejillas.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión Romaní

Lola Flores que estas en los cielos, santificado sea tu nombre

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No se escandalicen, por favor. Con esta invocación reproduzco literalmente lo que los cristianos decimos cuando pedimos a Dios que eleve a los altares a alguien que durante su vida hizo méritos extraordinarios para ser proclamado beato o santo. Pero este no es mi caso, ni pasa por mi imaginación que la Iglesia ponga en marcha en el Vaticano la “Comisión para las Causas” que es la que ha de elaborar los informes que justifiquen tan excepcional testimonio de vida ejemplar.

Me permito implorar que “santificado sea el nombre de Lola Flores” después de haber sabido que su estatua fue profanada en el cementerio de La Almudena de Madrid. Algún malnacido manchó con pintura roja su pecho, sus dedos y su cara. Una cara de una belleza tan excepcional, tan oriental, tan gitana, tan andaluza y tan española que, gracias a Dios, ahí están sus películas para que nadie pueda poner en duda lo que digo.

Pero, sobre todo, yo quiero hoy rendir mi homenaje a Lola Flores, como gitano que soy, porque así cumplo con una obligación sagrada que todos los gitanos del mundo tenemos de guardar: fidelidad, respeto y amor incondicionado a los miembros de nuestra familia. ¡La familia! Ese fundamento básico de la humanidad que los gitanos conservamos y que, desgraciadamente, una parte del mundo de los gachés (payos) ha ido debilitando.

Nació y vivió en Jerez. ¿Qué más se puede pedir?

Lola Flores podía haber sido mi madre. Nació en Jerez de la Frontera, 20 años antes que yo y fue muy amiga de mi madre y de mis tías que vivían en el enclave flamenco y gitanísimo de la calle Cerro Fuerte, ubicada en el barrio de San Miguel. De hecho, toda mi familia vivía en esa calle. Mi madre nació y vivió en ella y mi tía “La Paquera de Jerez” (mi abuelo y su abuela eran hermanos) también nació en el número 20 de la misma calle.

Desde pequeño he oído hablar, especialmente a mi madre, de cómo la niña Lola Flores pasaba las horas en el patio de su casa donde participaba en los juegos infantiles de la caterva de niños y niñas que se daban cita en el lugar. Luego, ya de jovencita, Lola participaba en las actividades propias de las adolescentes gitanas donde el arte juega un papel decisivo. Cantar y bailar tal vez fuera la actividad más atrayente de unas familias que, a veces, se quitaban el hambre a bofetadas o cantando. Siempre recordaré como mi tío Agapito, viendo las caritas de hambre con que mi hermana Mari Carmen y yo sobrellevábamos una infancia de extrema pobreza, nos animaba cantando por bulerías letras tan estimulantes del apetito como la siguiente:

– Dos huevos fritos se están peleando y Juan de Dios y Mari Carmen los están separando.

Artista inconmensurable que contenía todas las esencias de lo gitano y lo andaluz.

Se necesitarían muchas páginas para trazar un bosquejo del arte supremo que esta mujer encerraba en su cuerpo. Lo tenía todo: genio y temperamento, ingredientes indispensables para interpretar cualquier estilo flamenco. Un cierto sentido de valentía irresponsable (todos los que presumen de serlo, lo son) que la empujaba a plantarle cara a la vida sin mirar los perjuicios que podría causarle. Pero sobre todo, al menos para mí, Lola Flores encarnaba la imagen ideal de lo que, como gitano y andaluz, debía ser la mujer del sur de España. Una síntesis perfecta donde no se sabe dónde empieza lo gitano y donde termina lo andaluz. Es verdad que el abuelo de Lola, Manuel, era un gitano que se ganaba la vida vendiendo lo que podía entre los habitantes de la campiña jerezana, pero yo me pregunto, como llevo diciéndolo toda la vida:

– ¿Y eso qué más da? ¿Alguien puede mostrarme el “gitanómetro” infame que pudiera servir para medir el grado de pureza de la sangre gitana o no gitana que circulaba por las venas de esta mujer excepcional?

Alguna vez, en algunas de mis intervenciones públicas en Andalucía, he retado provocadoramente a mi auditorio pidiéndoles que levantaran la mano quienes pudieran asegurar que tras 500 años de presencia gitana en Andalucía no corría por sus arterias una “mijita” de sangre flamenca. Os lo aseguro: jamás nadie lo hizo. ¿Y saben ustedes por qué? Porque en Andalucía todo el mundo (dejémoslo en “casi” todo el mundo) es gitano. Por esa razón Lola Flores era y es la muestra más palpable del componente humano que define a la tierra de las cuatro culturas: la cristiana, la judía, la mora y la gitana.

Que Dios perdone a José Borrell

Ya sé que los del “papel de fumar” me arrojarán a la cara que en 1987 la Fiscalía presentó una querella contra ella por no presentar su declaración de la Renta durante cuatro años seguidos. Pero a estos hay que recordarles que la Audiencia Provincial de Madrid decretó su absolución como consecuencia de una sentencia del Tribunal Constitucional que había anulado parcialmente la Ley del impuesto. Pero mi amigo y admirado Pepe Borrell, a quien siempre he seguido en sus posicionamientos ideológicos, se equivocó tratando de empapelar a Lola y convertirla en “muñeca de feria” contra la que cualquiera pudiera lanzar sus golpes. Lola Flores fue utilizada como un reclamo publicitario para infundir miedo a los contribuyentes. Y eso que lo que Hacienda le reclamó era, y lo es hoy más que nunca, el chocolate del loro al lado de lo que han defraudado otros famosos del cine, de los deportes y de la política. En más de una ocasión le oí decir al profesor Jiménez de Parga, que luego fue presidente del Tribunal Constitucional, que lo que se estaba haciendo a Lola Flores no tenía nombre.

Mi testimonio personal

Durante muchos años he mantenido en las antenas de Radio Nacional de España un programa diario dedicado al cante, el baile y la guitarra llamado “Crónica Flamenca”. Lo empecé en los últimos años del franquismo y lo terminé 10 años después siendo ya diputado por Almería. Esta mal que yo lo diga, pero era, posiblemente, la media hora de radio más oída en Cataluña. Y ante los micrófonos de mi “Crónica Flamenca” pasó muchas veces la reina indiscutible de las mejores esencias del arte gitano-andaluz como tan certeramente lo denominó don Antonio Mairena.

Pero Lola que era todo vitalidad, que era como una catarata de inspiración poética, hablaba de todo y opinaba de todo. Hablaba tanto que a mí, a veces, me lo hacía pasar muy mal temiendo que en algún momento se adentrara en un jardín del que difícilmente podría salir ilesa sin que se le escapara algún disparate. Oírla por televisión cuando la entrevistaban me cortaba la respiración. Pero ella, que era un genio, no caía en la trampa y siempre salía airosa de todas las entrevistas. ¡Claro que eso tenía una explicación! Durante algunos años tuvo a su lado al maestro Raúl del Pozo, su amigo y consejero que un día me contó la siguiente conversación que sostuvo con Lola:

– Oye Raúl, ¿tú te has fijado en ese muchacho que es diputado por Almería, aunque él haya nacido en Puerto Real que es un pueblo que está muy cerquita de Jerez?

– Pues sí que me he fijado Lola, ¿Cómo no? Hace unos días puso en pie al Congreso de los Diputados defendiendo la eliminación de tres artículos del Reglamento de la Guardia Civil que eran, verdaderamente, oprobiosos para el Pueblo Gitano. Además, Juan de Dios es mi amigo.

– Pues no sabes cuánto me alegro porque tú estarás de acuerdo conmigo en que Juan de Dios debía ser Ministro.

– Hombre, Lola, tampoco es para tanto. En el Congreso de los Diputados hay parlamentarios de mucho fuste que son tanto o más brillantes que Juan de Dios.

– No, no. De ninguna de las maneras -replicó Lola-. Ministro es muy poco para lo que vale ese gitano. Yo creo que lo deben nombrar Presidente del Gobierno.

Llegados a este punto el bueno de Raúl del Pozo me clavó su mirada penetrante para no perderse ni un solo gesto de mi cara cuando oyera lo que le faltaba por decirme. Lola dejó pasar unos segundos de suspense. Tomó aire para darle mayor énfasis a su mensaje, y dijo:

– Pues ¿sabes lo que te digo, Raúl? Que Juan de Dios Ramírez Heredia no debe ser ni ministro ni presidente del Gobierno. ¡Juan de Dios debe ser proclamado Dictador, eso es lo que se merece, ser Dictador de todos los españoles!

¡Cuánta inocencia, Señor, mezclada con tan evidente ignorancia! Descansa en paz, Lola, madre querida, española universal y faraona y gitana de tronío. Porque esos malditos extremistas de derechas o de izquierda se han equivocado hasta en el color de la pintura con que han querido manchar tu cuerpo. Porque tu color preferido era el rojo y cuando te revestías de gitana -y entonces lo eras por partida doble- el rojo de tu bata palidecía ante el brillo inimitable tus mejillas.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión Romaní

Lola Flores que estas en los cielos, santificado sea tu nombre

Lola Flores / Vanity Fair
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No se escandalicen, por favor. Con esta invocación reproduzco literalmente lo que los cristianos decimos cuando pedimos a Dios que eleve a los altares a alguien que durante su vida hizo méritos extraordinarios para ser proclamado beato o santo. Pero este no es mi caso, ni pasa por mi imaginación que la Iglesia ponga en marcha en el Vaticano la “Comisión para las Causas” que es la que ha de elaborar los informes que justifiquen tan excepcional testimonio de vida ejemplar.

Me permito implorar que “santificado sea el nombre de Lola Flores” después de haber sabido que su estatua fue profanada en el cementerio de La Almudena de Madrid. Algún malnacido manchó con pintura roja su pecho, sus dedos y su cara. Una cara de una belleza tan excepcional, tan oriental, tan gitana, tan andaluza y tan española que, gracias a Dios, ahí están sus películas para que nadie pueda poner en duda lo que digo.

Pero, sobre todo, yo quiero hoy rendir mi homenaje a Lola Flores, como gitano que soy, porque así cumplo con una obligación sagrada que todos los gitanos del mundo tenemos de guardar: fidelidad, respeto y amor incondicionado a los miembros de nuestra familia. ¡La familia! Ese fundamento básico de la humanidad que los gitanos conservamos y que, desgraciadamente, una parte del mundo de los gachés (payos) ha ido debilitando.

Nació y vivió en Jerez. ¿Qué más se puede pedir?

Lola Flores podía haber sido mi madre. Nació en Jerez de la Frontera, 20 años antes que yo y fue muy amiga de mi madre y de mis tías que vivían en el enclave flamenco y gitanísimo de la calle Cerro Fuerte, ubicada en el barrio de San Miguel. De hecho, toda mi familia vivía en esa calle. Mi madre nació y vivió en ella y mi tía “La Paquera de Jerez” (mi abuelo y su abuela eran hermanos) también nació en el número 20 de la misma calle.

Desde pequeño he oído hablar, especialmente a mi madre, de cómo la niña Lola Flores pasaba las horas en el patio de su casa donde participaba en los juegos infantiles de la caterva de niños y niñas que se daban cita en el lugar. Luego, ya de jovencita, Lola participaba en las actividades propias de las adolescentes gitanas donde el arte juega un papel decisivo. Cantar y bailar tal vez fuera la actividad más atrayente de unas familias que, a veces, se quitaban el hambre a bofetadas o cantando. Siempre recordaré como mi tío Agapito, viendo las caritas de hambre con que mi hermana Mari Carmen y yo sobrellevábamos una infancia de extrema pobreza, nos animaba cantando por bulerías letras tan estimulantes del apetito como la siguiente:

– Dos huevos fritos se están peleando y Juan de Dios y Mari Carmen los están separando.

Artista inconmensurable que contenía todas las esencias de lo gitano y lo andaluz.

Se necesitarían muchas páginas para trazar un bosquejo del arte supremo que esta mujer encerraba en su cuerpo. Lo tenía todo: genio y temperamento, ingredientes indispensables para interpretar cualquier estilo flamenco. Un cierto sentido de valentía irresponsable (todos los que presumen de serlo, lo son) que la empujaba a plantarle cara a la vida sin mirar los perjuicios que podría causarle. Pero sobre todo, al menos para mí, Lola Flores encarnaba la imagen ideal de lo que, como gitano y andaluz, debía ser la mujer del sur de España. Una síntesis perfecta donde no se sabe dónde empieza lo gitano y donde termina lo andaluz. Es verdad que el abuelo de Lola, Manuel, era un gitano que se ganaba la vida vendiendo lo que podía entre los habitantes de la campiña jerezana, pero yo me pregunto, como llevo diciéndolo toda la vida:

– ¿Y eso qué más da? ¿Alguien puede mostrarme el “gitanómetro” infame que pudiera servir para medir el grado de pureza de la sangre gitana o no gitana que circulaba por las venas de esta mujer excepcional?

Alguna vez, en algunas de mis intervenciones públicas en Andalucía, he retado provocadoramente a mi auditorio pidiéndoles que levantaran la mano quienes pudieran asegurar que tras 500 años de presencia gitana en Andalucía no corría por sus arterias una “mijita” de sangre flamenca. Os lo aseguro: jamás nadie lo hizo. ¿Y saben ustedes por qué? Porque en Andalucía todo el mundo (dejémoslo en “casi” todo el mundo) es gitano. Por esa razón Lola Flores era y es la muestra más palpable del componente humano que define a la tierra de las cuatro culturas: la cristiana, la judía, la mora y la gitana.

Que Dios perdone a José Borrell

Ya sé que los del “papel de fumar” me arrojarán a la cara que en 1987 la Fiscalía presentó una querella contra ella por no presentar su declaración de la Renta durante cuatro años seguidos. Pero a estos hay que recordarles que la Audiencia Provincial de Madrid decretó su absolución como consecuencia de una sentencia del Tribunal Constitucional que había anulado parcialmente la Ley del impuesto. Pero mi amigo y admirado Pepe Borrell, a quien siempre he seguido en sus posicionamientos ideológicos, se equivocó tratando de empapelar a Lola y convertirla en “muñeca de feria” contra la que cualquiera pudiera lanzar sus golpes. Lola Flores fue utilizada como un reclamo publicitario para infundir miedo a los contribuyentes. Y eso que lo que Hacienda le reclamó era, y lo es hoy más que nunca, el chocolate del loro al lado de lo que han defraudado otros famosos del cine, de los deportes y de la política. En más de una ocasión le oí decir al profesor Jiménez de Parga, que luego fue presidente del Tribunal Constitucional, que lo que se estaba haciendo a Lola Flores no tenía nombre.

Mi testimonio personal

Durante muchos años he mantenido en las antenas de Radio Nacional de España un programa diario dedicado al cante, el baile y la guitarra llamado “Crónica Flamenca”. Lo empecé en los últimos años del franquismo y lo terminé 10 años después siendo ya diputado por Almería. Esta mal que yo lo diga, pero era, posiblemente, la media hora de radio más oída en Cataluña. Y ante los micrófonos de mi “Crónica Flamenca” pasó muchas veces la reina indiscutible de las mejores esencias del arte gitano-andaluz como tan certeramente lo denominó don Antonio Mairena.

Pero Lola que era todo vitalidad, que era como una catarata de inspiración poética, hablaba de todo y opinaba de todo. Hablaba tanto que a mí, a veces, me lo hacía pasar muy mal temiendo que en algún momento se adentrara en un jardín del que difícilmente podría salir ilesa sin que se le escapara algún disparate. Oírla por televisión cuando la entrevistaban me cortaba la respiración. Pero ella, que era un genio, no caía en la trampa y siempre salía airosa de todas las entrevistas. ¡Claro que eso tenía una explicación! Durante algunos años tuvo a su lado al maestro Raúl del Pozo, su amigo y consejero que un día me contó la siguiente conversación que sostuvo con Lola:

– Oye Raúl, ¿tú te has fijado en ese muchacho que es diputado por Almería, aunque él haya nacido en Puerto Real que es un pueblo que está muy cerquita de Jerez?

– Pues sí que me he fijado Lola, ¿Cómo no? Hace unos días puso en pie al Congreso de los Diputados defendiendo la eliminación de tres artículos del Reglamento de la Guardia Civil que eran, verdaderamente, oprobiosos para el Pueblo Gitano. Además, Juan de Dios es mi amigo.

– Pues no sabes cuánto me alegro porque tú estarás de acuerdo conmigo en que Juan de Dios debía ser Ministro.

– Hombre, Lola, tampoco es para tanto. En el Congreso de los Diputados hay parlamentarios de mucho fuste que son tanto o más brillantes que Juan de Dios.

– No, no. De ninguna de las maneras -replicó Lola-. Ministro es muy poco para lo que vale ese gitano. Yo creo que lo deben nombrar Presidente del Gobierno.

Llegados a este punto el bueno de Raúl del Pozo me clavó su mirada penetrante para no perderse ni un solo gesto de mi cara cuando oyera lo que le faltaba por decirme. Lola dejó pasar unos segundos de suspense. Tomó aire para darle mayor énfasis a su mensaje, y dijo:

– Pues ¿sabes lo que te digo, Raúl? Que Juan de Dios Ramírez Heredia no debe ser ni ministro ni presidente del Gobierno. ¡Juan de Dios debe ser proclamado Dictador, eso es lo que se merece, ser Dictador de todos los españoles!

¡Cuánta inocencia, Señor, mezclada con tan evidente ignorancia! Descansa en paz, Lola, madre querida, española universal y faraona y gitana de tronío. Porque esos malditos extremistas de derechas o de izquierda se han equivocado hasta en el color de la pintura con que han querido manchar tu cuerpo. Porque tu color preferido era el rojo y cuando te revestías de gitana -y entonces lo eras por partida doble- el rojo de tu bata palidecía ante el brillo inimitable tus mejillas.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión Romaní

El día en que Helmut Kohl se comprometió con los gitanos

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Parece inevitable que cuando se muere la gente, si encima se trata de personas importantes que en algún momento han tenido algún tipo de relación con nosotros, nos acordemos más de ellas y revivamos con intensidad lo que durante mucho tiempo ha estado adormecido en nuestros recuerdos.

He conocido la noticia del fallecimiento de Helmut Kohl, el gran artífice de la reunificación alemana, defensor de la nueva Europa y gran amigo de España, para que hayan acudido a mi mente algunas facetas de mi vida que de alguna manera han estado vinculadas a la actividad política del gran canciller alemán. Y hoy, cuando he visto por TV las imágenes del féretro del gran estadista en el Palacio de Europa en Estrasburgo, en cuyos escaños he permanecido los últimos doce años de mi vida parlamentaria, he sentido como el flujo de la gratitud inundaba mis sentimientos para decirle desde el teclado de mi ordenador: ¡Gracias, muchas gracias canciller!

La Europa que Helmut Kohl vio en 1994. Dos acontecimientos contrapuestos

A la sazón yo era diputado en el Parlamento Europeo y vivía con intensidad los acontecimientos relacionados con el racismo que tuvieron en 1994 dos claros exponentes.

El primero, positivo y esperanzador, se vivió en Sudáfrica. Después de siglos de apartheid los negros pudieron votar por primera vez en su país en igualdad de condiciones con los ciudadanos blancos. Aquellas históricas elecciones permitieron la instauración de un Parlamento democrático y la elección de un presidente de la nación que recayó en el líder del African National Congress (ANC) Nelson Mandela tras haber permanecido en la cárcel más de 27 años. Antes había recibido en Estrasburgo de manos del presidente español Enrique Barón el premio Sájarov, lo que me permitió mantener con él un breve intercambio de opiniones. Ese día, el siglo XX pudo completar el trío de personalidades antirracistas más grandes de su época: el Mahatma Gandhi, Martin Luther King y ahora Nelson Mandela.

El segundo fue terrible e inhumano porque convirtió a una parte del continente africano en la antesala del infierno. Fue en este año de 1994 cuando se desató la gran masacre africana en Ruanda que dio lugar al genocidio racista que costó la vida a casi un millón de personas como consecuencia del odio y el enfrentamiento tribal entre Hutus y Tutsis. En solo tres meses fueron eliminados el 75% de la población Tutsis. Las mujeres fueron violadas y muchos de los 5.000 niños que nacieron de esas violaciones fueron asesinados.

Pero la Europa comunitaria de 1994 no se quedaba a la zaga en la realización de actos y agresiones racistas contra los inmigrantes, contra los de color diferente y contra los gitanos. José María Bandrés, mi gran amigo y compañero en el Parlamento Europeo, con quien compartí tantas horas de inquietud por el auge racista que veíamos a nuestro alrededor, ofreció en la Universidad Complutense de Madrid una conferencia donde puso de manifiesto el auge racista que se constataba en el territorio de la Unión Europea.

En Bélgica, donde adquirió fuerza de naturaleza racista las “Forces Nouvelles”, grupo violento de extrema derecha. En la República Federal Alemana, donde se habían incrementado de modo alarmante el número de ataques violentos contra extranjeros, la policía y la Fiscalía del Estado eran reacias a actuar contra la violencia de origen racial o a admitir el racismo como motivación. En Francia fueron asesinados más de 20 extranjeros por motivaciones racistas. En uno de estos casos, seis jóvenes franceses mataron a patadas a un tunecino padre de cinco hijos. El oficial de policía que los detuvo afirmó que lo que más le chocaba era que no tenían la sensación de haber hecho nada reprobable. En Italia el número de inmigrantes ilegales se estimaba en 1994 en un millón y medio de personas. En el Norte, donde avanzaba la Liga Lombarda, se leyó en un campo de fútbol, con ocasión de un partido contra el Nápoles, un cartel que decía: «Hitler, haz con los napolitanos lo que hiciste con los judíos». En el Reino Unido la policía hizo público que en Londres se producían una media de seis incidentes racistas al día y el Instituto de Estudios de la Policía sugirió que la cifra podría ser diez veces mayor, pues muchas víctimas no denunciaban su caso.

Y sucedió en Grecia, en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en la isla de Corfú en 1994

Seguramente alarmados por la situación y viendo que el auge del racismo podría ser un veneno letal para Europa, Helmut Kohl en representación de Alemania y François Mitterrand en nombre de Francia presentaron conjuntamente en la Cumbre de Corfú el proyecto de creación de una COMISIÓN CONSULTIVA CONTRA EL RACISMO Y LA XENOFOBIA. Comisión que investida del más alto rango debía ocuparse de poner en marcha un plan de formación común para los funcionarios de los Estados miembros, una estrategia general para combatir los actos de violencia racista y xenófoba y la incitación al odio racial, así como un estudio para la armonización de legislaciones y prácticas legales de los Estados.

Y con motivo de la creación de este alto organismo, de forma indirecta, comienza mi actividad política desde el seno de un grupo de gran prestigio en cuya génesis estuvo el Sr. Kohl. La Cumbre de Corfú estableció que esa Comisión debía estar formada por quince miembros, uno por cada Estado, nombrado por el Gobierno de cada país, “escogido entre personalidades de alto prestigio en la vida pública de cada Estado”. Efectivamente, las biografías de aquellas personas eran deslumbrantes. Había dos rectores de universidad, cuatro exministros, un ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de su país, dos alcaldes de las capitales de sus territorios… y yo, que jamás he ostentado cargo alguno de tanta relevancia. Confieso que al principio sentí un cierto complejo y nunca olvidaré el día que celebramos la primera reunión en la sede oficial en Bruselas de la Comisión de la Unión Europea. Yo conocía bien aquellas instalaciones por mi condición de diputado Europeo y me dirigí a una de las salas donde las diversas comisiones legislativas celebran sus reuniones. Mi sorpresa fue cuando el secretario de la Comisión, que era un Director General, me dijo:

―Por favor, señor Ramírez Heredia, su comisión se reúne en la sala donde lo hacen los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión.

¡Acongojante! En algún momento referiré la gran aventura que supuso trabajar durante casi cuatro años en aquella Comisión que un día se le ocurrió crear a Helmut Kohl. Pero no quiero dejar pasar este momento del relato sin referir como se produjo mi nombramiento. Fue en un Consejo de Ministros siendo presidente del Gobierno don Felipe González. Me dieron la noticia y lo agradecí. Pero lo que yo no sabía es que mi designación fue objeto de una cierta polémica en el seno del Consejo. Y lo supe gracias a que fue Cristina Alberdi, a la sazón Ministra de Asuntos Sociales quien me lo dijo.

Por razones obvias de mi actividad política hablé con ella para comunicárselo:

―Cristina, ―le dije con una cierta candidez― tengo que darte una noticia, y quiero que seas tú la primera en saberlo. Creo que me van a nombrar representante del Gobierno Español en la Comisión Consultiva contra el Racismo y la Xenofobia creada a instancia del Canciller alemán Helmut Kohl y el presidente Mitterrand.

La reacción de la ministra fue fulminante.

― ¡A mí me lo vas a decir! Tú no sabes la polémica que se suscitó cuando se dijo tu nombre, porque otro ministro (no me quiso decir quien, aunque luego lo supe) propuso para ese puesto a Juan María Bandrés. Unos dijeron que Bandrés ofrecía el mejor perfil por su larga trayectoria en defensa de los Derechos Humanos en el País Vasco, y otros dijimos que la persona idónea para desarrollar una actividad tan específica como era la que tenía que abordar esa Comisión eras tú. El presidente del Gobierno escuchó atento cuanto dijimos unos y otros y zanjó la discusión diciendo: “Yo creo que Juan de Dios es la persona adecuada para ese puesto”. Y se acabó.

El día que Helmut Kohl me saludó dando un taconazo e inclinando ligeramente la cabeza mientras estrechaba mi mano

Sucedió en Granada. Fue el 27 de noviembre de 1993. España y Alemania celebraban una reunión bilateral para tratar asuntos de interés común sobre la defensa europea y la lucha contra la droga. Y como es natural, acabada la jornada de trabajo Felipe González se llevó al canciller alemán a dar un paseo por el Albaycín. Lo cuentan los periódicos de la fecha. Los dos jefes de Gobierno acababan de contemplar desde el Mirador de San Nicolás la espléndida vista de la Alhambra, con la Sierra Nevada al fondo, cuando una gitana llamó a gritos a Felipe González para llamar su atención. Y cuando Felipe se percató y miró a la mujer, ésta no pudo reprimirse y le lanzó un piropo: “bienparío”. Nos imaginamos las dificultades por las que atravesó la intérprete alemana para que Helmut Kohl entendiera el profundo significado de aquel elogio.

Pero resulta que aquella tarde-noche la delegación alemana y la española se reunieron en una amplia sala del Palacio de Congresos granadino para tomar unas copas y pasar un rato de asueto antes de cenar. Y la Unión Romani, casualmente, también celebraba en el mismo sitio una de nuestras reuniones periódicas. En algún momento alguien me dijo que en el mismo edificio estaban reunidos los dos mandatarios. Sin poder reprimir la curiosidad me acerqué hasta donde pude, porque la policía había establecido un férreo cordón de seguridad. A la vista de lo cual, me marché con mi gente.

Pero mira por donde que alguien del gabinete del presidente del gobierno español me había visto y se lo dijo a Felipe González.

―Hemos visto por los pasillos a Juan de Dios Ramírez Heredia. Por lo que se ve un grupo de gitanos están celebrando en este mismo lugar una reunión.

―Pues búscalo y dile que venga ―fue el mandato escueto del presidente.

Efectivamente, el funcionario me encontró y me trasmitió el mensaje que me apresuré en cumplir.

Entré en la sala e inmediatamente vi al presidente español y al canciller alemán enfrascados en una conversación tan poco fluida como lo pueda ser tener cada uno, pegado a la oreja, a su intérprete respectivo. Pero cuando Felipe González me vio me hizo un gesto para que me acercara y me presentó a su ilustre interlocutor.

―Helmut ―le dijo con un acento andaluz que tiraba “patrás”― te quiero presentar a Juan de Dios Ramírez Heredia. Es diputado nuestro. Antes estaba en el Congreso de España, pero ahora está en el Parlamento Europeo. (Seguidamente le hizo algunos elogios de mi persona que por prudencia no voy a repetir, y sentenció) Y quiero que sepas, Helmut, que es gitano. El único gitano que tienes en Estrasburgo a dos pasos de Alemania.

Y fue en ese momento cuando vi erguirse a aquella mole de dos metros y 130 kilos de peso, extendiéndome la mano, dando un taconazo a guisa de saludo militar y haciéndome una ligera reverencia con la cabeza.

Y me preguntó cosas. Y quiso saber que pensábamos nosotros, los gitanos españoles del trato que recibían los gitanos en el resto de Europa. Y yo le contesté. Era consciente de que tenía que aprovechar aquella oportunidad única para hablarle de la dura persecución que estábamos sufriendo, especialmente en algunos países candidatos a integrarse en la Unión Europea. Y, sobre todo, quise recordarle el Holocausto que diezmó a los gitanos alemanes en aquella negra e interminable noche de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando me separé de él tuve la sensación de que mi siembra no había caído en terreno baldío y que había tenido el inmenso honor de estrechar la mano a un hombre irrepetible, de mirada limpia a quien no había que convencer de que la dignidad y el respeto a las personas está por encima del color de la piel, de la cultura y las tradiciones, de los idiomas y de las fronteras que siempre son barreras artificiales para dividir y separar a los seres humanos.

Esto ocurrió en noviembre de 1993. Y en junio de 1994 Helmut Kohl propuso, junto al presidente francés, la creación de la Comisión Consultiva contra el Racismo y la Xenofobia que fue el germen que dio origen a las más importantes decisiones comunitarias contra el racismo y la exclusión social.

Que Dios le dé a Helmut Kohl una tierra amable y un lugar de privilegio junto a los grandes hombres que consagraron sus vidas por defender la igualdad de todas las personas.

El día en que Helmut Kohl se comprometió con los gitanos

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Parece inevitable que cuando se muere la gente, si encima se trata de personas importantes que en algún momento han tenido algún tipo de relación con nosotros, nos acordemos más de ellas y revivamos con intensidad lo que durante mucho tiempo ha estado adormecido en nuestros recuerdos.

He conocido la noticia del fallecimiento de Helmut Kohl, el gran artífice de la reunificación alemana, defensor de la nueva Europa y gran amigo de España, para que hayan acudido a mi mente algunas facetas de mi vida que de alguna manera han estado vinculadas a la actividad política del gran canciller alemán. Y hoy, cuando he visto por TV las imágenes del féretro del gran estadista en el Palacio de Europa en Estrasburgo, en cuyos escaños he permanecido los últimos doce años de mi vida parlamentaria, he sentido como el flujo de la gratitud inundaba mis sentimientos para decirle desde el teclado de mi ordenador: ¡Gracias, muchas gracias canciller!

La Europa que Helmut Kohl vio en 1994. Dos acontecimientos contrapuestos

A la sazón yo era diputado en el Parlamento Europeo y vivía con intensidad los acontecimientos relacionados con el racismo que tuvieron en 1994 dos claros exponentes.

El primero, positivo y esperanzador, se vivió en Sudáfrica. Después de siglos de apartheid los negros pudieron votar por primera vez en su país en igualdad de condiciones con los ciudadanos blancos. Aquellas históricas elecciones permitieron la instauración de un Parlamento democrático y la elección de un presidente de la nación que recayó en el líder del African National Congress (ANC) Nelson Mandela tras haber permanecido en la cárcel más de 27 años. Antes había recibido en Estrasburgo de manos del presidente español Enrique Barón el premio Sájarov, lo que me permitió mantener con él un breve intercambio de opiniones. Ese día, el siglo XX pudo completar el trío de personalidades antirracistas más grandes de su época: el Mahatma Gandhi, Martin Luther King y ahora Nelson Mandela.

El segundo fue terrible e inhumano porque convirtió a una parte del continente africano en la antesala del infierno. Fue en este año de 1994 cuando se desató la gran masacre africana en Ruanda que dio lugar al genocidio racista que costó la vida a casi un millón de personas como consecuencia del odio y el enfrentamiento tribal entre Hutus y Tutsis. En solo tres meses fueron eliminados el 75% de la población Tutsis. Las mujeres fueron violadas y muchos de los 5.000 niños que nacieron de esas violaciones fueron asesinados.

Pero la Europa comunitaria de 1994 no se quedaba a la zaga en la realización de actos y agresiones racistas contra los inmigrantes, contra los de color diferente y contra los gitanos. José María Bandrés, mi gran amigo y compañero en el Parlamento Europeo, con quien compartí tantas horas de inquietud por el auge racista que veíamos a nuestro alrededor, ofreció en la Universidad Complutense de Madrid una conferencia donde puso de manifiesto el auge racista que se constataba en el territorio de la Unión Europea.

En Bélgica, donde adquirió fuerza de naturaleza racista las “Forces Nouvelles”, grupo violento de extrema derecha. En la República Federal Alemana, donde se habían incrementado de modo alarmante el número de ataques violentos contra extranjeros, la policía y la Fiscalía del Estado eran reacias a actuar contra la violencia de origen racial o a admitir el racismo como motivación. En Francia fueron asesinados más de 20 extranjeros por motivaciones racistas. En uno de estos casos, seis jóvenes franceses mataron a patadas a un tunecino padre de cinco hijos. El oficial de policía que los detuvo afirmó que lo que más le chocaba era que no tenían la sensación de haber hecho nada reprobable. En Italia el número de inmigrantes ilegales se estimaba en 1994 en un millón y medio de personas. En el Norte, donde avanzaba la Liga Lombarda, se leyó en un campo de fútbol, con ocasión de un partido contra el Nápoles, un cartel que decía: «Hitler, haz con los napolitanos lo que hiciste con los judíos». En el Reino Unido la policía hizo público que en Londres se producían una media de seis incidentes racistas al día y el Instituto de Estudios de la Policía sugirió que la cifra podría ser diez veces mayor, pues muchas víctimas no denunciaban su caso.

Y sucedió en Grecia, en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada en la isla de Corfú en 1994

Seguramente alarmados por la situación y viendo que el auge del racismo podría ser un veneno letal para Europa, Helmut Kohl en representación de Alemania y François Mitterrand en nombre de Francia presentaron conjuntamente en la Cumbre de Corfú el proyecto de creación de una COMISIÓN CONSULTIVA CONTRA EL RACISMO Y LA XENOFOBIA. Comisión que investida del más alto rango debía ocuparse de poner en marcha un plan de formación común para los funcionarios de los Estados miembros, una estrategia general para combatir los actos de violencia racista y xenófoba y la incitación al odio racial, así como un estudio para la armonización de legislaciones y prácticas legales de los Estados.

Y con motivo de la creación de este alto organismo, de forma indirecta, comienza mi actividad política desde el seno de un grupo de gran prestigio en cuya génesis estuvo el Sr. Kohl. La Cumbre de Corfú estableció que esa Comisión debía estar formada por quince miembros, uno por cada Estado, nombrado por el Gobierno de cada país, “escogido entre personalidades de alto prestigio en la vida pública de cada Estado”. Efectivamente, las biografías de aquellas personas eran deslumbrantes. Había dos rectores de universidad, cuatro exministros, un ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de su país, dos alcaldes de las capitales de sus territorios… y yo, que jamás he ostentado cargo alguno de tanta relevancia. Confieso que al principio sentí un cierto complejo y nunca olvidaré el día que celebramos la primera reunión en la sede oficial en Bruselas de la Comisión de la Unión Europea. Yo conocía bien aquellas instalaciones por mi condición de diputado Europeo y me dirigí a una de las salas donde las diversas comisiones legislativas celebran sus reuniones. Mi sorpresa fue cuando el secretario de la Comisión, que era un Director General, me dijo:

―Por favor, señor Ramírez Heredia, su comisión se reúne en la sala donde lo hacen los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión.

¡Acongojante! En algún momento referiré la gran aventura que supuso trabajar durante casi cuatro años en aquella Comisión que un día se le ocurrió crear a Helmut Kohl. Pero no quiero dejar pasar este momento del relato sin referir como se produjo mi nombramiento. Fue en un Consejo de Ministros siendo presidente del Gobierno don Felipe González. Me dieron la noticia y lo agradecí. Pero lo que yo no sabía es que mi designación fue objeto de una cierta polémica en el seno del Consejo. Y lo supe gracias a que fue Cristina Alberdi, a la sazón Ministra de Asuntos Sociales quien me lo dijo.

Por razones obvias de mi actividad política hablé con ella para comunicárselo:

―Cristina, ―le dije con una cierta candidez― tengo que darte una noticia, y quiero que seas tú la primera en saberlo. Creo que me van a nombrar representante del Gobierno Español en la Comisión Consultiva contra el Racismo y la Xenofobia creada a instancia del Canciller alemán Helmut Kohl y el presidente Mitterrand.

La reacción de la ministra fue fulminante.

― ¡A mí me lo vas a decir! Tú no sabes la polémica que se suscitó cuando se dijo tu nombre, porque otro ministro (no me quiso decir quien, aunque luego lo supe) propuso para ese puesto a Juan María Bandrés. Unos dijeron que Bandrés ofrecía el mejor perfil por su larga trayectoria en defensa de los Derechos Humanos en el País Vasco, y otros dijimos que la persona idónea para desarrollar una actividad tan específica como era la que tenía que abordar esa Comisión eras tú. El presidente del Gobierno escuchó atento cuanto dijimos unos y otros y zanjó la discusión diciendo: “Yo creo que Juan de Dios es la persona adecuada para ese puesto”. Y se acabó.

El día que Helmut Kohl me saludó dando un taconazo e inclinando ligeramente la cabeza mientras estrechaba mi mano

Sucedió en Granada. Fue el 27 de noviembre de 1993. España y Alemania celebraban una reunión bilateral para tratar asuntos de interés común sobre la defensa europea y la lucha contra la droga. Y como es natural, acabada la jornada de trabajo Felipe González se llevó al canciller alemán a dar un paseo por el Albaycín. Lo cuentan los periódicos de la fecha. Los dos jefes de Gobierno acababan de contemplar desde el Mirador de San Nicolás la espléndida vista de la Alhambra, con la Sierra Nevada al fondo, cuando una gitana llamó a gritos a Felipe González para llamar su atención. Y cuando Felipe se percató y miró a la mujer, ésta no pudo reprimirse y le lanzó un piropo: “bienparío”. Nos imaginamos las dificultades por las que atravesó la intérprete alemana para que Helmut Kohl entendiera el profundo significado de aquel elogio.

Pero resulta que aquella tarde-noche la delegación alemana y la española se reunieron en una amplia sala del Palacio de Congresos granadino para tomar unas copas y pasar un rato de asueto antes de cenar. Y la Unión Romani, casualmente, también celebraba en el mismo sitio una de nuestras reuniones periódicas. En algún momento alguien me dijo que en el mismo edificio estaban reunidos los dos mandatarios. Sin poder reprimir la curiosidad me acerqué hasta donde pude, porque la policía había establecido un férreo cordón de seguridad. A la vista de lo cual, me marché con mi gente.

Pero mira por donde que alguien del gabinete del presidente del gobierno español me había visto y se lo dijo a Felipe González.

―Hemos visto por los pasillos a Juan de Dios Ramírez Heredia. Por lo que se ve un grupo de gitanos están celebrando en este mismo lugar una reunión.

―Pues búscalo y dile que venga ―fue el mandato escueto del presidente.

Efectivamente, el funcionario me encontró y me trasmitió el mensaje que me apresuré en cumplir.

Entré en la sala e inmediatamente vi al presidente español y al canciller alemán enfrascados en una conversación tan poco fluida como lo pueda ser tener cada uno, pegado a la oreja, a su intérprete respectivo. Pero cuando Felipe González me vio me hizo un gesto para que me acercara y me presentó a su ilustre interlocutor.

―Helmut ―le dijo con un acento andaluz que tiraba “patrás”― te quiero presentar a Juan de Dios Ramírez Heredia. Es diputado nuestro. Antes estaba en el Congreso de España, pero ahora está en el Parlamento Europeo. (Seguidamente le hizo algunos elogios de mi persona que por prudencia no voy a repetir, y sentenció) Y quiero que sepas, Helmut, que es gitano. El único gitano que tienes en Estrasburgo a dos pasos de Alemania.

Y fue en ese momento cuando vi erguirse a aquella mole de dos metros y 130 kilos de peso, extendiéndome la mano, dando un taconazo a guisa de saludo militar y haciéndome una ligera reverencia con la cabeza.

Y me preguntó cosas. Y quiso saber que pensábamos nosotros, los gitanos españoles del trato que recibían los gitanos en el resto de Europa. Y yo le contesté. Era consciente de que tenía que aprovechar aquella oportunidad única para hablarle de la dura persecución que estábamos sufriendo, especialmente en algunos países candidatos a integrarse en la Unión Europea. Y, sobre todo, quise recordarle el Holocausto que diezmó a los gitanos alemanes en aquella negra e interminable noche de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando me separé de él tuve la sensación de que mi siembra no había caído en terreno baldío y que había tenido el inmenso honor de estrechar la mano a un hombre irrepetible, de mirada limpia a quien no había que convencer de que la dignidad y el respeto a las personas está por encima del color de la piel, de la cultura y las tradiciones, de los idiomas y de las fronteras que siempre son barreras artificiales para dividir y separar a los seres humanos.

Esto ocurrió en noviembre de 1993. Y en junio de 1994 Helmut Kohl propuso, junto al presidente francés, la creación de la Comisión Consultiva contra el Racismo y la Xenofobia que fue el germen que dio origen a las más importantes decisiones comunitarias contra el racismo y la exclusión social.

Que Dios le dé a Helmut Kohl una tierra amable y un lugar de privilegio junto a los grandes hombres que consagraron sus vidas por defender la igualdad de todas las personas.

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