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Mistó aviló M. Macron. Te avés baxtaló. (Bienvenido, señor Macron. Que sea feliz)

Emmanuel Macron

El nuevo presidente de la Republica, Sr. Emmanuel Macron ha declarado en su primera intervención oficial, tras conocerse su victoria en la elección presidencial, lo siguiente: “Me propongo proteger a los más débiles, a los más vulnerables luchando contra toda discriminación de desigualdad”.

Desde la UNION ROMANI española e interpretando el sentimiento de la UNION ROMANI INTERNACIONAL felicitamos al Sr. Macron al tiempo que manifestamos nuestra mejor esperanza para que se inicie en Francia, -la tierra que mejor supo proclamar la defensa de los Derechos Humanos-, el fin de las pasadas épocas de deportaciones masivas que condenó a miles de ciudadanos gitanos y europeos a retornar a sus países de origen donde morían a causa de la pobreza y la persecución.

Nos reconfortan las palabras del nuevo presidente. Su juventud es para nosotros motivo de confianza y de renovación para que se destierren las viejas concepciones del nacionalismo racista que tantas vidas costó en el pasado a los ciudadanos europeos. El triunfo de Emmanuel Macron, frente a la intolerancia y el racismo militante de la señora Marine Le Pen, supone un respiro de esperanza no solo para los 500.000 gitanos y gitanas que son ciudadanos franceses, sino para los ocho millones de gitanos y gitanas que vivimos y somos miembros de la Unión Europea.

Mistó aviló M. Macron. Te aves baxtaló. (Bienvenido, señor Macron. Que sea feliz) Tradicional saludo de los gitanos europeos.

Juan de Dios Ramirez Heredia
Vicepresidente de la Unión Romani Internacional
Ex Diputado del Parlamento Europeo (1986-1999)

Mistó aviló M. Macron. Te avés baxtaló. (Bienvenido, señor Macron. Que sea feliz)

Emmanuel Macron

El nuevo presidente de la Republica, Sr. Emmanuel Macron ha declarado en su primera intervención oficial, tras conocerse su victoria en la elección presidencial, lo siguiente: “Me propongo proteger a los más débiles, a los más vulnerables luchando contra toda discriminación de desigualdad”.

Desde la UNION ROMANI española e interpretando el sentimiento de la UNION ROMANI INTERNACIONAL felicitamos al Sr. Macron al tiempo que manifestamos nuestra mejor esperanza para que se inicie en Francia, -la tierra que mejor supo proclamar la defensa de los Derechos Humanos-, el fin de las pasadas épocas de deportaciones masivas que condenó a miles de ciudadanos gitanos y europeos a retornar a sus países de origen donde morían a causa de la pobreza y la persecución.

Nos reconfortan las palabras del nuevo presidente. Su juventud es para nosotros motivo de confianza y de renovación para que se destierren las viejas concepciones del nacionalismo racista que tantas vidas costó en el pasado a los ciudadanos europeos. El triunfo de Emmanuel Macron, frente a la intolerancia y el racismo militante de la señora Marine Le Pen, supone un respiro de esperanza no solo para los 500.000 gitanos y gitanas que son ciudadanos franceses, sino para los ocho millones de gitanos y gitanas que vivimos y somos miembros de la Unión Europea.

Mistó aviló M. Macron. Te aves baxtaló. (Bienvenido, señor Macron. Que sea feliz) Tradicional saludo de los gitanos europeos.

Juan de Dios Ramirez Heredia
Vicepresidente de la Unión Romani Internacional
Ex Diputado del Parlamento Europeo (1986-1999)

El color de los gitanos

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En este año 2017 casi ha coincidido  la Semana Santa con el Día Internacional del Pueblo Gitano.  Ambas celebraciones, además del artículo “Al Cristo de los gitanos, con el corazón encogío” y el número especial de Nevipens Romani dedicado al 8 de Abril  me llevan a reflexionar sobre el color de los gitanos. Es verdad que  muchas imágenes de procesiones en toda España tienen la cara y el color gitano. Ocurre con el Manué, pero también con el Prendi en Jerez o con el Cristo de los gitanos de Granada cuyo recorrido realicé este año camino de la Abadía del Sacromonte con la luna llena al fondo, coloreando la Alhambra mágica, mientras escuchábamos martinetes en la puerta de la cueva de Curro Albaycín. Es verdad que muchas gitanas con la pasión del momento reivindican que el color del Cristo es el mismo que el de su padre, aunque cuando lo vuelven a mirar ven el color de sus hijos.

Pero, ¿tenemos algún color los gitanos? Muchos poetas con el mejor de los deseos escribieron sentidos versos sobre este tema. El Tío Rafael que era un gran sabio y un gran escritor, manifestaba que los gitanos somos del color del bronce. Y Federico García Lorca siempre iluminaba a los gitanos con el verde aceituna o con una bellísima metáfora que demuestra la brillante lírica lorquiana cuando describe a Antoñito el Camborio, símbolo de la identidad gitana, como “moreno de verde luna”.

Los racistas también nos pusieron colores. Fanáticos antigitanos inquisitoriales en la línea del catedrático de escritura sagrada de la Universidad de Toledo Sancho de Moncada creían que los gitanos eran enjambres de delincuentes blancos que se pintaban la cara oscura para delinquir sin ser reconocidos. Y los nazis insistían en el color negro para referirse a los gitanos, incluso nos obligaron a llevar un triángulo negro identificativo de la gitanidad, del mismo modo que los judíos eran obligados a llevar la estrella de David. Esta tradición de un supuesto color negro se ha mantenido en muchos escritos a lo largo del tiempo. Cuando yo era niño, otros niños intentaban insultarme llamándome a veces gitano negro o negruzco.

En fin, queridos hermanos ¿Cuál es el color de los gitanos? ¿Cuál es el color que nos describe mejor? ¿Cuál es el color que diremos cuando nos pregunte algún formulario atrasado o algún insulto atemporal? Creo que el color de los gitanos es el que está más cerca de nuestro corazón  y éste es verde y azul donde confluyen venas y arterias rojas.  Así fue definido en el histórico Congreso de Londres de 8 de Abril 1971. Color verde como la yerba de los bosques y los campos donde descansamos como hijos del viento, donde trotaron nuestros caballos veloces a través del verde prado,  donde nos ocultamos en tiempos de silencio y azabache. Color del cielo azul donde duermen las estrellas cada noche e iluminan las aguas del mar y de los ríos sobre ruedas rojas teñidas de sangre a través de los caminos. Ese es nuestro color, color gitano.

El color de los gitanos

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En este año 2017 casi ha coincidido  la Semana Santa con el Día Internacional del Pueblo Gitano.  Ambas celebraciones, además del artículo “Al Cristo de los gitanos, con el corazón encogío” y el número especial de Nevipens Romani dedicado al 8 de Abril  me llevan a reflexionar sobre el color de los gitanos. Es verdad que  muchas imágenes de procesiones en toda España tienen la cara y el color gitano. Ocurre con el Manué, pero también con el Prendi en Jerez o con el Cristo de los gitanos de Granada cuyo recorrido realicé este año camino de la Abadía del Sacromonte con la luna llena al fondo, coloreando la Alhambra mágica, mientras escuchábamos martinetes en la puerta de la cueva de Curro Albaycín. Es verdad que muchas gitanas con la pasión del momento reivindican que el color del Cristo es el mismo que el de su padre, aunque cuando lo vuelven a mirar ven el color de sus hijos.

Pero, ¿tenemos algún color los gitanos? Muchos poetas con el mejor de los deseos escribieron sentidos versos sobre este tema. El Tío Rafael que era un gran sabio y un gran escritor, manifestaba que los gitanos somos del color del bronce. Y Federico García Lorca siempre iluminaba a los gitanos con el verde aceituna o con una bellísima metáfora que demuestra la brillante lírica lorquiana cuando describe a Antoñito el Camborio, símbolo de la identidad gitana, como “moreno de verde luna”.

Los racistas también nos pusieron colores. Fanáticos antigitanos inquisitoriales en la línea del catedrático de escritura sagrada de la Universidad de Toledo Sancho de Moncada creían que los gitanos eran enjambres de delincuentes blancos que se pintaban la cara oscura para delinquir sin ser reconocidos. Y los nazis insistían en el color negro para referirse a los gitanos, incluso nos obligaron a llevar un triángulo negro identificativo de la gitanidad, del mismo modo que los judíos eran obligados a llevar la estrella de David. Esta tradición de un supuesto color negro se ha mantenido en muchos escritos a lo largo del tiempo. Cuando yo era niño, otros niños intentaban insultarme llamándome a veces gitano negro o negruzco.

En fin, queridos hermanos ¿Cuál es el color de los gitanos? ¿Cuál es el color que nos describe mejor? ¿Cuál es el color que diremos cuando nos pregunte algún formulario atrasado o algún insulto atemporal? Creo que el color de los gitanos es el que está más cerca de nuestro corazón  y éste es verde y azul donde confluyen venas y arterias rojas.  Así fue definido en el histórico Congreso de Londres de 8 de Abril 1971. Color verde como la yerba de los bosques y los campos donde descansamos como hijos del viento, donde trotaron nuestros caballos veloces a través del verde prado,  donde nos ocultamos en tiempos de silencio y azabache. Color del cielo azul donde duermen las estrellas cada noche e iluminan las aguas del mar y de los ríos sobre ruedas rojas teñidas de sangre a través de los caminos. Ese es nuestro color, color gitano.

El color de los gitanos

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En este año 2017 casi ha coincidido  la Semana Santa con el Día Internacional del Pueblo Gitano.  Ambas celebraciones, además del artículo “Al Cristo de los gitanos, con el corazón encogío” y el número especial de Nevipens Romani dedicado al 8 de Abril  me llevan a reflexionar sobre el color de los gitanos. Es verdad que  muchas imágenes de procesiones en toda España tienen la cara y el color gitano. Ocurre con el Manué, pero también con el Prendi en Jerez o con el Cristo de los gitanos de Granada cuyo recorrido realicé este año camino de la Abadía del Sacromonte con la luna llena al fondo, coloreando la Alhambra mágica, mientras escuchábamos martinetes en la puerta de la cueva de Curro Albaycín. Es verdad que muchas gitanas con la pasión del momento reivindican que el color del Cristo es el mismo que el de su padre, aunque cuando lo vuelven a mirar ven el color de sus hijos.

Pero, ¿tenemos algún color los gitanos? Muchos poetas con el mejor de los deseos escribieron sentidos versos sobre este tema. El Tío Rafael que era un gran sabio y un gran escritor, manifestaba que los gitanos somos del color del bronce. Y Federico García Lorca siempre iluminaba a los gitanos con el verde aceituna o con una bellísima metáfora que demuestra la brillante lírica lorquiana cuando describe a Antoñito el Camborio, símbolo de la identidad gitana, como “moreno de verde luna”.

Los racistas también nos pusieron colores. Fanáticos antigitanos inquisitoriales en la línea del catedrático de escritura sagrada de la Universidad de Toledo Sancho de Moncada creían que los gitanos eran enjambres de delincuentes blancos que se pintaban la cara oscura para delinquir sin ser reconocidos. Y los nazis insistían en el color negro para referirse a los gitanos, incluso nos obligaron a llevar un triángulo negro identificativo de la gitanidad, del mismo modo que los judíos eran obligados a llevar la estrella de David. Esta tradición de un supuesto color negro se ha mantenido en muchos escritos a lo largo del tiempo. Cuando yo era niño, otros niños intentaban insultarme llamándome a veces gitano negro o negruzco.

En fin, queridos hermanos ¿Cuál es el color de los gitanos? ¿Cuál es el color que nos describe mejor? ¿Cuál es el color que diremos cuando nos pregunte algún formulario atrasado o algún insulto atemporal? Creo que el color de los gitanos es el que está más cerca de nuestro corazón  y éste es verde y azul donde confluyen venas y arterias rojas.  Así fue definido en el histórico Congreso de Londres de 8 de Abril 1971. Color verde como la yerba de los bosques y los campos donde descansamos como hijos del viento, donde trotaron nuestros caballos veloces a través del verde prado,  donde nos ocultamos en tiempos de silencio y azabache. Color del cielo azul donde duermen las estrellas cada noche e iluminan las aguas del mar y de los ríos sobre ruedas rojas teñidas de sangre a través de los caminos. Ese es nuestro color, color gitano.

Al Cristo de los gitanos, con el corazón encogío

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Lo he oído por la radio y aun así no he podido evitar emocionarme. Fue un grito. Un grito preñado de angustia. Un grito de una mujer que tenía necesidad de decirlo con todas las fuerzas de sus pulmones. En aquel momento pasaba ante ella “er Manué”, el Cristo de los Gitanos, sobrellevando con las escasas fuerzas que le quedaban una cruz inmensa. Parecía como si supiera que su destino auguraba negros nubarrones. Pocas esperanzas podía tener ya de salir bien librado del terrible acoso al que había sido sometido. Al fin y al cabo, Jesús era un preso político. Y ya lo habían condenado en pocos minutos en dos juzgados ante los que no cabía recurso alguno. El primero estaba regentado por el gran comisario religioso llamado Caifás. Este podía haberlo dejado en libertad, pero no lo hizo. Para Caifás, Jesús era un tipo peligroso, agitador de masas que decía que no había venido a traer la paz sino la espada contra las injusticias y contra los políticos corruptos. Por eso un día cogió un látigo y expulsó de la casa donde se ejercía el poder a los especuladores que se quedaban con el dinero del pueblo. Les dio a todos ellos una patada en salva sea la parte y los arrojó fuera llamándoles salteadores.

El grito que oí por la radio, lanzado por una mujer, en la madrugá sevillana que va del jueves al Viernes Santo no tenía ninguna connotación política, a pesar de que podía tenerla si ella hubiera sabido que Caifás, el comisario jefe, estaba casado con una hija de Anás, nombrado Sumo Sacerdote por el Gobernador romano de Siria, que fue quien lo promocionó políticamente. Luego se supo que los empresarios y políticos corruptos a los que Jesús denunció, pertenecían al complejo financiero de las empresas de Anás. Por eso, para no sufrir las iras de su suegro convenció al Sanedrín, que era algo así como el Tribunal Supremo, que pusieran al preso en manos de Pilato con la recomendación de que lo condenara a morir en el madero.

Pero, repito, este no era el caso. El grito que me conmocionó hasta lo más profundo de mis entrañas lo lanzó una gitana todavía joven. Al menos eso dijo el locutor conductor del programa que por un momento pareció que se había quedado sin voz. Y es que a él, como a mí, se nos encogió el corazón cuando aquella mujer, mirando fijamente el rostro del nazareno gitano que a duras penas podía dar un paso, magullado su cuerpo por la paliza que momentos antes le habían dado los guardias del gobierno de Roma, dijo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas:

– !!Manué, Manué, tienes el mismo color que tenía mi padre!!

Dejo a la imaginación de quien lea estas líneas lo que en estos momentos estoy experimentando y que me siento incapaz de expresar. Carguen la escena de poesía, echen flores sobre el Cristo como Machado las echaba cuando escribió su saeta contemplando su agonía; revélense contra el poder que no pone remedio al sufrimiento extremo de los más pobres o clamen contra los jueces que utilizan a su conveniencia la letra de los Códigos renunciando al poder inigualable que el pueblo ha puesto en sus manos cuando les concede la capacidad de interpretarlos.

Yo me quedo con Antonio Machado, genial conocedor del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz. Y me quedo con el jipío de la gitana que viendo en el Señor de la Salud y la Libertad el color que tenía su padre, supo condensar en un solo grito la unión de todo un pueblo con su Dios.

Al Cristo de los gitanos, con el corazón encogío

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Lo he oído por la radio y aun así no he podido evitar emocionarme. Fue un grito. Un grito preñado de angustia. Un grito de una mujer que tenía necesidad de decirlo con todas las fuerzas de sus pulmones. En aquel momento pasaba ante ella “er Manué”, el Cristo de los Gitanos, sobrellevando con las escasas fuerzas que le quedaban una cruz inmensa. Parecía como si supiera que su destino auguraba negros nubarrones. Pocas esperanzas podía tener ya de salir bien librado del terrible acoso al que había sido sometido. Al fin y al cabo, Jesús era un preso político. Y ya lo habían condenado en pocos minutos en dos juzgados ante los que no cabía recurso alguno. El primero estaba regentado por el gran comisario religioso llamado Caifás. Este podía haberlo dejado en libertad, pero no lo hizo. Para Caifás, Jesús era un tipo peligroso, agitador de masas que decía que no había venido a traer la paz sino la espada contra las injusticias y contra los políticos corruptos. Por eso un día cogió un látigo y expulsó de la casa donde se ejercía el poder a los especuladores que se quedaban con el dinero del pueblo. Les dio a todos ellos una patada en salva sea la parte y los arrojó fuera llamándoles salteadores.

El grito que oí por la radio, lanzado por una mujer, en la madrugá sevillana que va del jueves al Viernes Santo no tenía ninguna connotación política, a pesar de que podía tenerla si ella hubiera sabido que Caifás, el comisario jefe, estaba casado con una hija de Anás, nombrado Sumo Sacerdote por el Gobernador romano de Siria, que fue quien lo promocionó políticamente. Luego se supo que los empresarios y políticos corruptos a los que Jesús denunció, pertenecían al complejo financiero de las empresas de Anás. Por eso, para no sufrir las iras de su suegro convenció al Sanedrín, que era algo así como el Tribunal Supremo, que pusieran al preso en manos de Pilato con la recomendación de que lo condenara a morir en el madero.

Pero, repito, este no era el caso. El grito que me conmocionó hasta lo más profundo de mis entrañas lo lanzó una gitana todavía joven. Al menos eso dijo el locutor conductor del programa que por un momento pareció que se había quedado sin voz. Y es que a él, como a mí, se nos encogió el corazón cuando aquella mujer, mirando fijamente el rostro del nazareno gitano que a duras penas podía dar un paso, magullado su cuerpo por la paliza que momentos antes le habían dado los guardias del gobierno de Roma, dijo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas:

– !!Manué, Manué, tienes el mismo color que tenía mi padre!!

Dejo a la imaginación de quien lea estas líneas lo que en estos momentos estoy experimentando y que me siento incapaz de expresar. Carguen la escena de poesía, echen flores sobre el Cristo como Machado las echaba cuando escribió su saeta contemplando su agonía; revélense contra el poder que no pone remedio al sufrimiento extremo de los más pobres o clamen contra los jueces que utilizan a su conveniencia la letra de los Códigos renunciando al poder inigualable que el pueblo ha puesto en sus manos cuando les concede la capacidad de interpretarlos.

Yo me quedo con Antonio Machado, genial conocedor del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz. Y me quedo con el jipío de la gitana que viendo en el Señor de la Salud y la Libertad el color que tenía su padre, supo condensar en un solo grito la unión de todo un pueblo con su Dios.

Al Cristo de los gitanos, con el corazón encogío

Nuestro Padre Jesús de la Salud, titular de la sevillana Hermandad de Los Gitanos / MASJEREZ
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Lo he oído por la radio y aun así no he podido evitar emocionarme. Fue un grito. Un grito preñado de angustia. Un grito de una mujer que tenía necesidad de decirlo con todas las fuerzas de sus pulmones. En aquel momento pasaba ante ella “er Manué”, el Cristo de los Gitanos, sobrellevando con las escasas fuerzas que le quedaban una cruz inmensa. Parecía como si supiera que su destino auguraba negros nubarrones. Pocas esperanzas podía tener ya de salir bien librado del terrible acoso al que había sido sometido. Al fin y al cabo, Jesús era un preso político. Y ya lo habían condenado en pocos minutos en dos juzgados ante los que no cabía recurso alguno. El primero estaba regentado por el gran comisario religioso llamado Caifás. Este podía haberlo dejado en libertad, pero no lo hizo. Para Caifás, Jesús era un tipo peligroso, agitador de masas que decía que no había venido a traer la paz sino la espada contra las injusticias y contra los políticos corruptos. Por eso un día cogió un látigo y expulsó de la casa donde se ejercía el poder a los especuladores que se quedaban con el dinero del pueblo. Les dio a todos ellos una patada en salva sea la parte y los arrojó fuera llamándoles salteadores.

El grito que oí por la radio, lanzado por una mujer, en la madrugá sevillana que va del jueves al Viernes Santo no tenía ninguna connotación política, a pesar de que podía tenerla si ella hubiera sabido que Caifás, el comisario jefe, estaba casado con una hija de Anás, nombrado Sumo Sacerdote por el Gobernador romano de Siria, que fue quien lo promocionó políticamente. Luego se supo que los empresarios y políticos corruptos a los que Jesús denunció, pertenecían al complejo financiero de las empresas de Anás. Por eso, para no sufrir las iras de su suegro convenció al Sanedrín, que era algo así como el Tribunal Supremo, que pusieran al preso en manos de Pilato con la recomendación de que lo condenara a morir en el madero.

Pero, repito, este no era el caso. El grito que me conmocionó hasta lo más profundo de mis entrañas lo lanzó una gitana todavía joven. Al menos eso dijo el locutor conductor del programa que por un momento pareció que se había quedado sin voz. Y es que a él, como a mí, se nos encogió el corazón cuando aquella mujer, mirando fijamente el rostro del nazareno gitano que a duras penas podía dar un paso, magullado su cuerpo por la paliza que momentos antes le habían dado los guardias del gobierno de Roma, dijo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas:

– !!Manué, Manué, tienes el mismo color que tenía mi padre!!

Dejo a la imaginación de quien lea estas líneas lo que en estos momentos estoy experimentando y que me siento incapaz de expresar. Carguen la escena de poesía, echen flores sobre el Cristo como Machado las echaba cuando escribió su saeta contemplando su agonía; revélense contra el poder que no pone remedio al sufrimiento extremo de los más pobres o clamen contra los jueces que utilizan a su conveniencia la letra de los Códigos renunciando al poder inigualable que el pueblo ha puesto en sus manos cuando les concede la capacidad de interpretarlos.

Yo me quedo con Antonio Machado, genial conocedor del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz. Y me quedo con el jipío de la gitana que viendo en el Señor de la Salud y la Libertad el color que tenía su padre, supo condensar en un solo grito la unión de todo un pueblo con su Dios.

Le pido a mi abuela que caiga sobre la eurodiputada de la Liga Norte, Mara Bizzotto, una especial maldición gitana

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La noticia ha corrido como la pólvora. Hasta la sede de Unión Romani, y a mí personalmente, nos han llegado decenas de denuncias, llamadas de alerta, textos donde se replica a la diputada racista de extrema derecha y peticiones para que desde nuestra federación hagamos algo para que esta indeseable persona sea reprobada por las autoridades parlamentarias de la Cámara de Estrasburgo.

Por supuesto vamos a hacer llegar al presidente de la cámara, y a los portavoces de los grupos parlamentarios, nuestra queja más enérgica con la petición de que se apliquen a esta parlamentaria las sanciones máximas contempladas en el artículo 116 del Reglamento que permite sancionar a los eurodiputados que vulneren las reglas básicas de respeto a los miembros de la Cámara y a los ciudadanos que representan.

Dicho lo anterior, permítanme manifestar que las expresiones racistas y los comportamientos xenófobos siempre han estado presentes entre los parlamentarios de extrema derecha, encabezados en mi época de diputado del Parlamento Europeo (1986-1999) por Le Pen, padre de la actual candidata a la presidencia francesa, y un histórico nazi italiano llamado Giorgio Almirante. Entonces el Grupo Parlamentario del Frente Nacional estaba formado por unos 25 diputados. Todos racistas que presumían de pertenecer a una casta pura y privilegiada, guardiana de las esencias de la vieja Europa.

Hoy, con una Unión Europea formada por 27 Estados y un Parlamento Europeo integrado por 751 eurodiputados ―a los que hay que restar los 73 que corresponden al Reino Unido que deberán abandonar la Cámara tras el Brexit― el número de diputados y diputadas racista son un centenar.

Volver a ser Diputado, aunque solo lo hubiera sido por unas horas

Sí, me hubiera gustado tener la posibilidad de replicar a esta infame diputada para desmontar sus estúpidos y demagógicos argumentos, pero, sobre todo, para maldecirla y desearle todo tipo de sobresaltos Esto ya lo hice una vez en un pleno de la Cámara de Estrasburgo. El viejo Le Pen intervino para sembrar la duda sobre la existencia del holocausto nazi. Vino a decir que era razonable pensar que la existencia de las cámaras de gas era una invención de la izquierda europea. Cuando el presidente me dio el uso de la palabra no pude evitar maldecirle como lo hubieran hecho los familiares de los millones de personas que perecieron en aquellas antesalas del infierno. Recuerdo que le dije

que aquella noche, y durante muchas noches más, se le aparecerían los espectros de los muertos desaparecidos en los hornos crematorios. Y que los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los niños inocentes que murieron de aquella forma tan criminal se le presentarían decididos a cogerle por el cuello para llevárselo al lugar del infierno donde las llamas fueran más vivas para achicharrarlo mejor.

A Mara Bizzotto la habría maldecido mi abuela María que era una gitana canastera que tenía unos poderes especiales para adivinar los acontecimientos leyendo la palma de la mano de quienes, a cambio de unas monedas, querían saber que les deparaba el futuro.

Han pasado muchos años, pero creo recordar que las maldiciones de mi abuela tenían un alto índice de cumplimiento.

La diputada italiana Mara Bizzotto pertenece a la Liga Norte. Partido xenófobo, racista y peligrosamente violento. El mismo partido del que fue alcalde de Treviso Giancarlo Gentilini que presumía públicamente de haber destruido dos campamentos gitanos en su ciudad y de tener la solución para acabar con todos nosotros: eliminando a los niños gitanos.

El lunes enviaremos una carta al presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani. En ella le haremos relación de las penas que puede imponer a la diputada Bizzotto, al tiempo que reclamaremos de los diferentes Grupos Parlamentarios el apoyo a nuestra justa reclamación.

 

 

Y si les apetece, hagan clic en los siguientes enlaces. En ambos podrán ver y oír un par de duros enfrentamientos con otros tantos diputados racistas del grupo parlamentario de Le Pen.

http://www.uniondelpuebloromani.org/videos/video002.html

http://www.uniondelpuebloromani.org/videos/video001.html

Le pido a mi abuela que caiga sobre la eurodiputada de la Liga Norte, Mara Bizzotto, una especial maldición gitana

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La noticia ha corrido como la pólvora. Hasta la sede de Unión Romani, y a mí personalmente, nos han llegado decenas de denuncias, llamadas de alerta, textos donde se replica a la diputada racista de extrema derecha y peticiones para que desde nuestra federación hagamos algo para que esta indeseable persona sea reprobada por las autoridades parlamentarias de la Cámara de Estrasburgo.

Por supuesto vamos a hacer llegar al presidente de la cámara, y a los portavoces de los grupos parlamentarios, nuestra queja más enérgica con la petición de que se apliquen a esta parlamentaria las sanciones máximas contempladas en el artículo 116 del Reglamento que permite sancionar a los eurodiputados que vulneren las reglas básicas de respeto a los miembros de la Cámara y a los ciudadanos que representan.

Dicho lo anterior, permítanme manifestar que las expresiones racistas y los comportamientos xenófobos siempre han estado presentes entre los parlamentarios de extrema derecha, encabezados en mi época de diputado del Parlamento Europeo (1986-1999) por Le Pen, padre de la actual candidata a la presidencia francesa, y un histórico nazi italiano llamado Giorgio Almirante. Entonces el Grupo Parlamentario del Frente Nacional estaba formado por unos 25 diputados. Todos racistas que presumían de pertenecer a una casta pura y privilegiada, guardiana de las esencias de la vieja Europa.

Hoy, con una Unión Europea formada por 27 Estados y un Parlamento Europeo integrado por 751 eurodiputados ―a los que hay que restar los 73 que corresponden al Reino Unido que deberán abandonar la Cámara tras el Brexit― el número de diputados y diputadas racista son un centenar.

Volver a ser Diputado, aunque solo lo hubiera sido por unas horas

Sí, me hubiera gustado tener la posibilidad de replicar a esta infame diputada para desmontar sus estúpidos y demagógicos argumentos, pero, sobre todo, para maldecirla y desearle todo tipo de sobresaltos Esto ya lo hice una vez en un pleno de la Cámara de Estrasburgo. El viejo Le Pen intervino para sembrar la duda sobre la existencia del holocausto nazi. Vino a decir que era razonable pensar que la existencia de las cámaras de gas era una invención de la izquierda europea. Cuando el presidente me dio el uso de la palabra no pude evitar maldecirle como lo hubieran hecho los familiares de los millones de personas que perecieron en aquellas antesalas del infierno. Recuerdo que le dije

que aquella noche, y durante muchas noches más, se le aparecerían los espectros de los muertos desaparecidos en los hornos crematorios. Y que los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los niños inocentes que murieron de aquella forma tan criminal se le presentarían decididos a cogerle por el cuello para llevárselo al lugar del infierno donde las llamas fueran más vivas para achicharrarlo mejor.

A Mara Bizzotto la habría maldecido mi abuela María que era una gitana canastera que tenía unos poderes especiales para adivinar los acontecimientos leyendo la palma de la mano de quienes, a cambio de unas monedas, querían saber que les deparaba el futuro.

Han pasado muchos años, pero creo recordar que las maldiciones de mi abuela tenían un alto índice de cumplimiento.

La diputada italiana Mara Bizzotto pertenece a la Liga Norte. Partido xenófobo, racista y peligrosamente violento. El mismo partido del que fue alcalde de Treviso Giancarlo Gentilini que presumía públicamente de haber destruido dos campamentos gitanos en su ciudad y de tener la solución para acabar con todos nosotros: eliminando a los niños gitanos.

El lunes enviaremos una carta al presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani. En ella le haremos relación de las penas que puede imponer a la diputada Bizzotto, al tiempo que reclamaremos de los diferentes Grupos Parlamentarios el apoyo a nuestra justa reclamación.

 

 

Y si les apetece, hagan clic en los siguientes enlaces. En ambos podrán ver y oír un par de duros enfrentamientos con otros tantos diputados racistas del grupo parlamentario de Le Pen.

http://www.uniondelpuebloromani.org/videos/video002.html

http://www.uniondelpuebloromani.org/videos/video001.html

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