15-30.6.2003/por
Juan de Dios Ramírez-Heredia
Los gitanos catalanes fueron los protagonistas de una
jornada marcada por el recuerdo a sus antepasados y por la defensa de
la identidad colectiva
Unos 300 gitanos y gitanas, más un autocar que
trajo a 80 niños del Colegio Alcalde Marcet, nos concentramos,
a las dos de la tarde, en un recodo del río Ripoll donde era posible
atravesarlo sin ninguna dificultad.
De fondo, a través de unos altavoces, sonaban
las mejores músicas gitanas mientras todos, niños y jóvenes,
adultos y viejos ondeábamos decenas de banderas gitanas traídas
expresamente por nuestra Asociación Gitana de Sabadell.
Hasta que se hizo el silencio y las gitanas empezaron
a tirar a las aguas limpias del río pétalos de rosas, de
margaritas, de dalias, de azucenas y de violetas iniciando así
un viaje sin pausas por las tierras de Cataluña. Aquellas flores
bailarinas que sorteaban piedras, saltaban pequeños desniveles
y se detenían en los meandros del río, querían evocar
la imagen de nuestro pueblo, pueblo libre, pueblo universal y del mundo,
que como el río, nunca pidió permiso a ninguna policía
de frontera para pasar de un país a otro. Ese fue el momento alegre,
diáfano, en el que los aplausos, los vivas, los besos y los abrazos
entre todos proyectaban sobre las aguas, junto a las flores, la más
hermosa imagen de convivencia y fraternidad.
Luego vinieron las lágrimas. Los hombres gitanos
encendieron sus pequeñas velas de cera y las depositaron suavemente,
dolorosamente, en las aguas del río. Ahora se oía el rumor
del aire que movía con fuerza las hojas de los árboles cercanos.
El silencio se podía cortar con un cuchillo. Aquellas velas eran
un homenaje a nuestros muertos, a los que ya se fueron para siempre, pero
que curiosos y vigilantes, el día 8 de abril se asomaron tras unos
cúmulos blancos que adornaban el cielo para vernos festejar nuestro
Día Internacional.
Y evocamos al medio millón de gitanos y gitanas,
muchos de ellos ancianos y niños, que la furia ciega y asesina
del racismo condenó a las cámaras de gas de los nazis de
entonces y de los de ahora. Y rezamos por nuestros hermanos gitanos muertos
en la guerra de la ex-Yugoslavia y hoy víctimas inocentes también
entre la numerosa población gitana de Irak. Y nuestras banderas,
las que momentos antes alegraban la vista aleteando bulliciosas como palomas
de paz, cayeron al suelo, mustias, doloridas, ensangrentadas por el recuerdo
y la pena que nos mordía rabiosa en las entrañas.
Pero al final las banderas se alzaron. La esperanza venció
a la tragedia. El horizonte volvía a aparecer ante nuestros ojos
cargado de ilusiones y promesas. Los niños nos devolvieron a la
realidad con sus risas y entendimos que la hora de lamernos las heridas
había pasado. Que teníamos que reemprender la marcha. Que
nos quedaba mucho camino por recorrer y muchas montañas que franquear.
Y nos levantamos, recompuesta la figura, ceñida la faja, y con
la suave vara de nuestros padres entre las manos.
Y a lo lejos ya, suavemente, imparables, discurrían
con las aguas las flores de nuestras ilusiones y las velas de nuestros
recuerdos.
Así hasta el 8 de abril de 2004. |