16-30.10.2003
/ La escolarización es uno de los pasos imprescindibles
para la integración social de la comunidad gitana que, no hace
mucho más de cincuenta años, abandonó la vida nómada
que durante siglos mantuvieron sus antepasados.
No menos vital resulta la integración laboral de
la comunidad, que en Lugo conforman 161 familias, 40 de las cuales se
dedican a la venta ambulante.
Otras veinte familias obtienen sus ingresos de la chatarra,
mientras que diez se dedican a la compraventa de antigüedades, entre
ellas, aperos de labranza y herramientas que ya no se encuentran hoy en
el mercado.
Los más jóvenes tienden, cada vez en mayor
medida, a buscar trabajo en el mercado laboral, siendo el sector de la
construcción el que más posibilidades ofrece, aunque no
falten ejemplos de empleos en la industria, los servicios y otros profesionales,
estos últimos, muy escasos todavía.
Manuel Cortiñas Montoya, de 26 años y padre
de tres hijos, trabaja desde hace tres años en una empresa de embalajes
con contrato y Seguridad Social. El camino hasta aquí no ha sido
fácil. Desde que en 1995 trabajó por primera vez han pasado
varios años “y muchos cursos de la Fundación San Calixto,
para los que me llamaban siempre”. También formó parte del
proyecto ‘Igloo’ de Comisiones Obreras, de formación en construcción.
Esto le permitió tener su primer contrato laboral en regla. Esta
experiencia y la formación adquirida le abrirían las puertas
de las dos empresas en las que trabajó, antes de incorporarse a
su trabajo actual. Ahora sueña con lograr “una vivienda social”
que le permita sacar a su familia de la casa inmunda en la que viven.
María José Jiménez Cortiñas
es algo así como el buque insignia de la comunidad gitana lucense
y gallega. Es la primera gitana gallega que ingresó en la Universidad,
donde se licenció en Trabajo Social y ahora está a punto
de acabar Humanidades. Sin renunciar a sus raíces trabaja como
mediadora intercultural en Vigo, en el programa Acceder del Secretariado
Gitano. “El que diga que no existe racismo miente” afirma María
José, que choca a diario con el muro infranqueable “del rechazo
social” hacia su gente. Éste, en su opinión, “es el principal
obstáculo para la integración, como decís vosotros”.
Y es que “los empresarios, en general, cuando mandas a un gitano a una
oferta de trabajo ni le hacen la entrevista. No importa que respondan
al perfil que piden, en cuanto ven que se apellida Montoya o Jiménez,
le dicen que acaban de dar el puesto o que ya lo llamarán”. Y así,
“fracaso tras fracaso, hasta que acabas con la moral y la autoestima hecha
añicos, porque sin trabajo no puedes acceder a una vivienda, y
si no tienes casa, malamente puedes ofrecer una imagen cuidada. Es la
pescadilla que se muerde la cola”, dice la también vicepresidenta
de la Asociación de Mujeres Gitanas Adiquerando, un colectivo que
“sufre una doble discriminación, por ser mujer y por ser gitana”.
En materia de empleo, “aunque es muy difícil, se van logrando cosas,
muy poco a poco”, la pega es que, “para demostrarlo tienes que pasar por
el filtro del Jiménez, el Montoya...”.
Ana María Barrul acaba de finalizar “un curso muy
completo” que le ha permitido adquirir conocimientos “de hostelería,
cuidado de personas y niños”, entre otros. También sacó
adelante el Graduado Escolar y dispone “de un completo currículo
para presentar en las ETT” por si sale algo. Entre tanto volverá
al trabajo que comparte con su madre “en el mercadillo, vendiendo ropa
y calzado” aunque ahora sabe que “el trabajo que más me gusta es
el cuidado de la infancia”. Así, ahora dispone del aval que supone
“una formación completa, con cuatro meses de prácticas,
en guarderías, residencias de mayores y hostelería, pasando
por todas las secciones”, manifiesta con orgullo.
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